Al hacer un repaso de la historia de la
edición en el país, el autor recalca cómo desde los inicios de la
industria editorial en México se ha visibilizado la dependencia de
España. México es el primer importador de libros españoles: por cada
euro que México le vende en libros a España, ésta le vende a México 180
euros.
En Leer o no leer, uno
encuentra un panorama poco alentador: escasos lectores y políticas
insuficientes de fomento a la lectura. Las cifras son escalofriantes: en
el 94.56 por ciento de los municipios del país no hay una librería y el
13 por ciento de los mexicanos jamás ha leído un libro completo. De
acuerdo con el autor, bestsellers, libros de autoayuda y el “mar sepia”
(revistas estilo Lágrimas y Risas y Memín Pinguín)
conforman el grueso de las lecturas en el país. “Es preocupante”,
advierte Salazar, “pues este tipo de lectura no está sustentada en
conceptos y no permite enriquecer el discurso en el espacio público. Son
lecturas que no tienen ninguna relevancia”.
No fue hasta 1980 cuando la poca
importancia que tenía la lectura comenzó a ser visualizada como un
problema nacional. Durante ese año, el promedio de libros leídos por
persona en México era de medio libro al año.
En el 2001, el diario La Jornada
publicó un estudio de la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación (UNESCO) sobre la lectura. Los números eran alarmantes: de 147
países, México ocupaba el penúltimo lugar con 2.8 libros leídos al año.
Años más tarde, en el 2005, la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM) realizó una encuesta nacional de lectura. Los resultados no
fueron mucho más alentadores que cuatro años antes. En promedio, cada
mexicano leía 2.9 libros al año. Entre la medición de la UNESCO y la de
la UNAM hubo muchos esfuerzos por promover la lectura, pero el
crecimiento del público no fue significativo.
“Este fracaso”, opina el autor de Leer o
no leer, se debe a que los programas de lectura no llegan a toda la
población -el Programa Nacional de Lectura, por ejemplo, está diseñado
para alumnos de primaria y de secundaria-, y en muchos casos no tienen
incidencia en las regiones más apartadas del país. La mayoría de las
ferias del libro que se organizan en México están pensadas para niños y
adolescentes. Es decir, que “estas políticas no contemplan el fomento de
la lectura en adultos”, indica Juan José Salazar. El autor apunta que
en México “la gente sí lee, el problema es lo que lee. Cada semana se
tiran 2 millones 750 mil ejemplares de TVyNovelas, y Editorial
Televisa, la editora de revistas en lengua española más grande del
mundo, vende 2.5 revistas por segundo todos los días”.
Otros de los problemas a los que se
enfrenta la lectura es el dominio del mercado que tienen las grandes
editoriales como Alfaguara, Planeta y Urano, entre otras, que “inundan
los canales de distribución con bestsellers y dejan rezagadas a las
editoriales independientes”. Además, las grandes librerías como Gandhi y
El Sótano han acaparado el mercado y gracias a los descuentos que les
ofrecen las editoriales por comprar al mayoreo, pueden vender más
baratos muchos títulos, “lo que pone en grave desventaja a las pequeñas
librerías tradicionales que simplemente no pueden competir con los
precios y están desapareciendo”, señala el editor y profesor de la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Juan Carlos
Rangel. Pese a todo, el libro y los lectores sobreviven.
A pesar de la popularización de nuevos
soportes de lectura (ebooks), el público asiduo al papel y la tinta
sigue buscando títulos, tanto en las grandes cadenas libreras como en
las pequeñas librerías “de viejo”. “El libro no está condenado a
desaparecer”, asegura Salazar, “es posible imaginar que los libros
intelectualmente valiosos se seguirán imprimiendo en papel, pues la
cultura de libros exige competencias muy diferentes que no se pueden
desarrollar con los dispositivos electrónicos. Y a fin de cuentas, leer
seguirá siendo una actividad que nos vuelve más humanos y nos da las
herramientas para movernos en la sociedad”.
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