Este 8 de agosto se celebra el 
aniversario del natalicio del general Emiliano Zapata, nacido en 1879 y 
asesinado a traición el 10 de abril de 1919, en Chinameca, Morelos. 
Símbolo de la lucha de los pueblos indígenas y campesinos, se presenta 
este ensayo del historiador Francisco Pineda como un modesto homenaje.
Francisco Pineda
   
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El petróleo y la lucha por México
Esta iniciativa para nacionalizar el petróleo se presentó a la Convención Revolucionaria en medio de la turbulencia de la guerra y fue archivada, 23 años antes de la expropiación realizada por el gobierno del general Lázaro Cárdenas. En aquel tiempo, la extracción de petróleo mexicano era de 26 millones de barriles, aproximadamente, la mitad de la producción anual de 1937.[17] Las principales compañías que aprovechaban los recursos de México eran los monopolios petroleros de Gran Bretaña y Estados Unidos, con socios de la oligarquía colonial como los Creel, Escandón, Pimentel y también el hijo de Porfirio Díaz.
 
   
El 11 de marzo de 1911, un núcleo 
campesino encabezado por Emiliano Zapata tomó la plaza de Villa de Ayala
 y proclamó el inicio de su levantamiento armado. La revolución del sur 
irrumpió entonces en el escenario de la revolución mexicana. Pero, en 
ese momento, el futuro era incierto y no se podía conocer cuál sería la 
suerte de los insurrectos. Hoy, sabemos que dos de los principales 
organizadores de la sublevación, Pablo Torres Burgos y Rafael Merino, 
perdieron la vida en el transcurso de las cinco semanas siguientes. En 
Ayala, sin embargo, los rebeldes expresaron sus anhelos y de ese modo 
significaron, muy temprano, lo que habrán de ser en nuestra historia.
¡Abajo haciendas! ¡Viva pueblos!, 
gritaron los insurgentes de Villa de Ayala, aquel día. Al año siguiente,
 cuando la rebelión ya era multitudinaria, liquidaron el régimen 
colonial de propiedad de la tierra, que se implantó en México cuatro 
siglos atrás. En efecto, luego de una tenaz campaña contra las 
haciendas, en Morelos, después de 1912 nunca más se volvió a sembrar la 
caña de azúcar bajo el régimen de los terratenientes.
El grito de Ayala anticipó, así, un hito
 dentro de la historia mexicana de larga duración. Bajo las condiciones 
de incertidumbre que imperan en la guerra, con palabras sencillas y la 
mano empuñada, los sublevados indicaban desde el comienzo la dirección 
principal de su lucha.
Asimismo, en Villa de Ayala, 
simbolizaron el lazo histórico que unía sus convicciones con la gesta de
 la independencia. Decidieron levantarse a las once de la noche, abrir 
la cárcel y arengar a la población en la plaza, tal como indica la 
tradición para recordar el Grito de Independencia de 1810.[1]
¡Abajo haciendas! La rebelión de Villa 
de Ayala manifestaba un antagonismo y, al mismo tiempo, la solución, 
¡Viva pueblos! Señalaba el objetivo de resolver por la vía de los hechos
 el prolongado conflicto histórico. Ese grito no enunciaba una petición,
 manifestaba una voluntad y una estrategia. Con este acto inició la 
revolución del sur.
Pocos días después, el 24 de marzo de 
1911, el núcleo de Ayala se unió con otros rebeldes de la región, 
originarios de Morelos, Puebla y Guerrero. El nuevo agrupamiento eligió 
un jefe, Emiliano Zapata Salazar, y tomó un nombre para definir su 
identidad política: Ejército Libertador.
Maíz y azúcar: la lucha por la tierra y la libertad
La usurpación primordial de las tierras y
 la formación de la clase terrateniente se hizo, en México, por medio de
 la guerra colonial. El propio Hernán Cortés recibió de la monarquía 
española el Marquesado del Valle, un título de propiedad que comprendía 
tierras, montes, aguas y decenas de miles de vasallos en Tuxtla, actual 
estado de Veracruz; Jalapa de Tehuantepec; Oaxaca; Coyoacán, Tlalpan y 
San Angel, Distrito Federal; Toluca, Estado de México; Charo, Michoacán,
 y Cuernavaca, Morelos.
Al mismo tiempo que la usurpación y el 
vasallaje, para destinar las tierras a la caña de azúcar, Hernán Cortés 
llevó a cabo el desplazamiento del cultivo del maíz de los pueblos. 
Hacia 1524, estableció dos ingenios azucareros en Tuxtla y, en 1532, 
otro ingenio en Tlaltenango, en las cercanías de Cuernavaca. Al oriente 
de Morelos, en 1582, la hacienda del Hospital montó un cañaveral en 
territorio usurpado, entre otros, al pueblo de Anenecuilco.[2]
Allí nació Emiliano Zapata, tres siglos 
después, y creció en un ambiente de conflicto con esa misma hacienda. El
 régimen agrario colonial no había desaparecido. Por el contrario, 
continuamente potenció sus efectos destructores sobre la economía de los
 pueblos. La producción algodonera, que se hacía en Morelos a escala 
considerable antes del colonialismo, desapareció por completo. Los 
pueblos fueron despojados también de agua, para regadío de los 
cañaverales y para generar energía hidráulica en los ingenios. Asimismo,
 fueron despojados de bosques, a fin de facilitar otra fuente energética
 a las haciendas, el carbón. La producción de azúcar, además, aumentó 
por la explotación de esclavos capturados en Africa y luego, durante el 
porfirismo, a raíz de la introducción del ferrocarril y la maquinaria 
industrial pesada en los ingenios.
Este sistema agrario que traspuso la 
declaración de independencia, a finales del porfiriato representaba la 
forma predominante bajo la cual se efectuaba la explotación de los 
trabajadores del campo. No era un régimen homogéneo, pero en conjunto 
las haciendas de todo el país detentaban 16.6 millones de hectáreas y 
tenían el control de los principales productos agrícolas a excepción del
 más importante de todos, desde el punto de vista económico y 
civilizatorio: el maíz.
En segundo y tercer grado de 
importancia, alternándose por años, la caña de azúcar y el henequén eran
 los cultivos más importantes por el valor de la cosecha y estaban 
monopolizados por las haciendas. Lo mismo ocurría con otros cultivos 
importantes, como el tabaco, algodón, café y trigo.
Al final del porfiriato, la importancia 
estratégica de las haciendas de Morelos puede observarse considerando 
que, además, eran unidades capitalistas de alto rendimiento, cuya fuerza
 radicaba, por un lado, en el monopolio de la tierra y, por otro, en un 
elevado nivel tecnológico de los ingenios azucareros. En Morelos, el 46 
por ciento del territorio estaba en manos de las haciendas y 79 de cada 
100 hombres, entre 11 y 60 años, eran peones. Ambos datos fueron los más
 altos del país, salvo en Guerrero.
Con la tecnología moderna, al interior 
de las economías azucareras del mundo, se produjo la separación de la 
propiedad de la tierra y la propiedad del ingenio industrial; sin 
embargo, en México no ocurrió así.[3]
 Aquí se aplicó la maquinaria moderna —a gran escala, en el caso de 
Morelos— al modelo terrateniente colonial. Más aún, se agudizó el 
monopolio de la tierra y también la centralización de la fase 
industrial, en manos de los hacendados. Es decir, la hacienda porfirista
 combinó la apropiación de una renta absoluta, derivada del monopolio de
 la tierra, con la apropiación de plusvalía, derivada de la explotación 
del trabajo asalariado. Esto produjo una clase híbrida —terrateniente y 
capitalista industrial a la vez— con métodos exacerbados de explotación,
 humillación y despojo.
Las formas de sujeción se multiplicaron 
con esa modernización. Pero los asalariados de las haciendas no eran 
trabajadores “libres”, sino peones sometidos por medio del endeudamiento
 y la vigilancia especial de los capataces. Para mayor control, con 
frecuencia los trabajadores vivían “acasillados” dentro de la hacienda.
De hecho, toda la gente pues era zapatista, de ideas zapatistas, porque era una causa justa.
Ibamos a pelear, desde luego, la causa de defender que lo que está en México sea pa’ los mexicanos.
¡Por qué la tierra iba estar en poder de manos extranjeras!
¡Por qué el mexicano
 iba a ser la bestia de carga y a fuerza, a rigor, el que no iba a 
trabajar lo agarraban a chirrionazos! ¿eh?
El que se comía un pedacito de caña, chiquito, de dos canutos o tres, casi que lo mataban los guardacaña del campo…
Capitán 1º José Alarcón Casales, Ejército Libertador.[4]
Según el hacendado Luis García 
Pimentel, los campesinos independientes debían ser reducidos a 
jornaleros: ni pequeño propietario ni arrendatario, peón de hacienda 
“bajo la dirección de un propietario capitalista”.[5]
 La ley de vagancia, durante la dictadura porfirista, apoyaba el 
dispositivo para subyugar a los campesinos. Decían los hacendados, en 
aquel tiempo: “todo vago es una amenaza a la propiedad y el orden”. En 
enero de 1910, el propio Emiliano Zapata fue hecho prisionero, sometido a
 incomunicación y consignado al ejército, bajo la acusación de vago.[6]
Bajo el nuevo impulso industrial del 
capitalismo, surgieron nuevas formas de esclavitud, genocidio y 
dominación imperial sobre los pueblos del mundo. En el inicio del siglo 
XX, los campesinos percibieron la transformación que estaba ocurriendo, 
no en fuentes teóricas sino en forma directa, por los hechos.
— ¿Entonces, ustedes cómo se organizan o quién es el que forma este contingente de hombres de Juchitepec?
— Como le digo a usted, la necesidad que teníamos. Eso fue todo lo que nos hizo a nosotros ir a la revolución, eso.
— ¿Alguien, en ese momento, los organizó, les dijo que se unieran?
— Nadie, señorita. Nosotros de nuestro dictamen ya no quisimos estar esclavizados de peones. Nosotros nos fuimos.
Teniente de caballería Macedonio García, Ejército Libertador.[7]
En la historia de larga duración, el
 cultivo del maíz operó como eje de la autoorganización en la comunidad 
campesina de México y, desde una perspectiva mayor, fue soporte de uno 
de los procesos civilizatorios de la humanidad.[8] Esa historia es la raíz profunda de la revolución del sur.
Tal importancia del cultivo de maíz 
deriva de procesos complejos, en diferentes niveles. La planta tiene una
 gran capacidad para aprovechar la energía del sol y eso permite su 
rápido crecimiento, uno de los rasgos característicos de la milpa, entre
 todas las plantas cultivadas. A la vez, los granos de maíz son mucho 
más grandes que los demás cereales, lo mismo que su rendimiento por cada
 semilla cultivada (en años normales, hasta 150 nuevas semillas en cada 
mazorca).[9]
 Otra cualidad decisiva es que el maíz no monopoliza los nutrientes de 
la tierra sino que, por el contrario, incrementa su productividad cuando
 es sembrado junto con otros cultivos, como el frijol, la calabaza y el 
chile; en unidades que también producen tubérculos, cereales, agaves, 
hortalizas o frutales. El autoabastecimiento de los bienes necesarios, 
como sabemos, ha sido una barrera de resistencia a la monetarización y 
mercantilización de todo.
Desde ese punto de vista, es posible 
considerar que la diversidad —tanto en la producción como en el 
aprovechamiento del maíz— y la autoorganización constituyen el sustento 
material y organizativo de la autodeterminación de la comunidad 
campesina, como práctica cotidiana. Para los zapatistas, la economía del
 maíz era el sustento de la vida y, a la vez, la base material de su 
vocación de libertad.
Es lo que peleábamos nosotros: Tierra y Libertad. Libres, sin capataces, sin amo. Para todos.
Fíjese usted 
señorita, el lema del general Zapata, si él hubiera sido alguna otra 
persona, hubiera dicho: la tierra nada más es para los que andan… para 
los que empuñaron las armas.
Pero no; mire, la tierra libre para todos.
Teniente de caballería Macedonio García, Ejército Libertador.[10]
El conflicto nuclear de la 
revolución del sur, entre las haciendas y los pueblos, puede 
considerarse, también, como la confrontación violenta entre la economía 
del azúcar, con sus formas de sometimiento, y la economía del maíz, con 
sus formas de autoorganización y libertad. Desde esta perspectiva, es 
posible observar también la respuesta feroz que dio el poder a la acción
 revolucionaria de los zapatistas.
Durante el gobierno de Madero, la 
dictadura huertista y bajo el carrancismo, el poder aplicó la estrategia
 de tierra arrasada en contra de los pueblos del sur. Consideró que su 
enemigo no sólo era el Ejército Libertador, sino también la población 
civil, mayoritariamente indígena. La estrategia de guerra se dirigió en 
contra del México profundo y se empleó a fondo para negar a la 
civilización del maíz por la vía militar, como desde hacía cuatro 
siglos. La destrucción de las siembras, el incendio de los pueblos, el 
control de la población y de los alimentos, las ejecuciones sumarias de 
ciudadanos pacíficos produjeron una catástrofe humanitaria en el 
territorio zapatista. Durante el periodo carrancista, el encargado de 
asuntos mexicanos del Departamento de Estado, Leon Canova, fue uno de 
los principales promotores de la guerra económica, en especial del 
control y uso de los alimentos con fines militares.
Existe un testimonio documental del 
general Emiliano Zapata, en que habla acerca de las primeras acciones de
 la guerra de exterminio, realizadas en 1912, durante el gobierno de 
Francisco Madero. Se trata de una entrevista que Zapata concedió a un 
reportero de El Imparcial, en su campamento revolucionario del 
estado de Guerrero. Esta entrevista de dos folios no fue publicada por 
el diario y carece de fecha aunque, por los acontecimientos que relata, 
se puede suponer que ocurrió entre el 6 de abril y el 22 de mayo de 
1912. El texto del diálogo es legítimo, la firma del jefe suriano tiene 
el propósito evidente de autorizarlo. Este es un fragmento:
Emiliano Zapata:
 Inmensa cantidad de pueblos de Morelos y Puebla que sería largo 
enumerar han sido incendiados y antes de ser incendiados, han sido 
robados o asesinados sus moradores; las casas han sido incendiadas y las
 familias han sido despojadas hasta de sus vestidos; en fin, hasta los 
graneros de maíz y frijol han sido condenados a incendio, para devorar a
 los pueblos por el hambre. Los soldados de Juvencio Robles no hacen ya 
el papel de soldados sino de verdugos.
Reportero: ¿Y pudiera usted informarme quienes sostienen a la revolución del sur?
Emiliano Zapata:
 La revolución del sur cuenta con el apoyo de todos los pueblos, y esto 
basta para que sostengamos la guerra al tirano Madero hasta derrocarlo.
El general en jefe Emiliano Zapata (rúbrica).[11]
Los escasos datos del genocidio 
disponibles hasta ahora —la tendencia dominante, avasalladora, es 
minimizarlo— esbozan apenas el trazo de la matanza ocurrida en el sur. 
“En el peor caso, el de Morelos, la pérdida total excedió 60 por ciento 
para varones y mujeres nacidos antes de 1910”.[12]
¿Cómo se podría hacer un balance serio 
de la Revolución Mexicana, si no se tiene en cuenta esta gigantesca 
destrucción humana que llevaron a cabo los gobiernos de Madero, Huerta y
 Carranza? ¿Cómo podrían explicarse los resultados finales, si tenemos 
presente sólo el asesinato de dirigentes, mientras olvidamos la enorme 
matanza del pueblo? Sin percibir tal estrategia de exterminio, ¿se 
podría aspirar a que el genocidio no se repita? ¿Habría que esperar un 
siglo más a que se disiparan sus terribles efectos?
Se sabe que la mayor devastación 
demográfica ocurrió en Morelos, pero falta entender con precisión las 
distintas formas del desastre humano. Junto con ello, es necesario 
observar y analizar algo que es decisivo para entender el genocidio: que
 sólo ahí y en los estados vecinos, que también eran zapatistas, se 
aplicó la guerra contra la población civil indígena, estrategia que los 
poderosos llamaron con total cinismo guerra de exterminio. Zapata 
respondió:
Y la lucha 
sigue: de un lado, los acaparadores de tierras, los ladrones de montes y
 aguas, los que todo lo monopolizan, desde el ganado hasta el petróleo. Y
 del otro, los campesinos despojados de sus heredades, la gran multitud 
de los que tienen agravios o injusticias que vengar, los que han sido 
robados en su jornal o en sus intereses, los que fueron arrojados de sus
 campos y de sus chozas por la codicia del gran señor, y que quieren 
recobrar lo que es suyo, tener un pedazo de tierra que les permita 
trabajar y vivir como hombres libres, sin capataz y sin amo, sin 
humillaciones y sin miserias.
El general en jefe Emiliano Zapata.[13]
El petróleo y la lucha por México
El 24 de noviembre de 1914, a tres años 
de que fuera proclamado el Plan de Ayala, las tropas zapatistas tomaron 
la capital de la república. Más tarde, llegaron los villistas y el 
gobierno de la Convención Revolucionaria, designado en Aguascalientes, 
se estableció en la ciudad de México.  Las fuerzas del sur y del norte 
desfilaron por las calles, en medio de un ambiente de fiesta. En 
seguida, Emiliano Zapata tomó la ciudad de Puebla y Pancho Villa tomó 
Guadalajara. Las tropas de Venustiano Carranza, que desconocieron los 
acuerdos de la Convención, se replegaron sobre las costas del Pacífico y
 el Golfo de México, así como algunos puntos de la frontera con Estados 
Unidos.
A finales de ese año, el triunfo 
definitivo para la revolución del sur y del norte parecía estar muy 
próximo. Sin embargo, esa coyuntura sólo fue una gran fluctuación de la 
crisis en que se debatía el futuro de la nación. En breve, los 
carrancistas recuperaron Puebla, Guadalajara y la ciudad de México. La 
Convención se refugió en Cuernavaca, a finales de enero de 1915.
En Morelos, zapatistas y villistas 
debatían acaloradamente sobre el programa revolucionario; mientras que, 
en el Valle de México, zapatistas y carrancistas combatían por la 
capital de la nación. Una vez más, en poco tiempo, se produjo otro 
viraje: Pancho Villa recuperó Guadalajara y Emiliano Zapata, la ciudad 
de México; la Convención volvió a establecerse en la capital del país, 
en marzo de 1915.
La crisis revolucionaria estaba en curso
 y, bajo tal amplitud de las fluctuaciones, se aproximaba el momento de 
la decisión en la guerra.
Se combate encarnizadamente en los 
estados de Puebla, Tlaxcala, Coahuila y Tamaulipas. Los comerciantes 
esconden las mercancías. El tráfico ferroviario está paralizado por 
falta de combustible, lo que agrava los problemas de abastecimiento y la
 movilización de tropas. El hambre y las epidemias de tifo, pulmonía y 
viruela azotan a los habitantes del Valle de México. Se preparan las 
huelgas de telegrafistas, telefonistas, tranviarios, electricistas y 
textiles, en demanda de aumento de salarios.
El gobierno de Estados Unidos movilizó 
barcos de guerra a Veracruz y advirtió que podría enviar a toda la flota
 del Atlántico, si fuera necesario. El New York Times señalaba 
que el objetivo de este nuevo despliegue armado era llamar la atención 
de Carranza sobre la gravedad de la situación. Esa manifestación de 
fuerza —añadió el diario— era una ‘insinuación’ de que Carranza era 
quien debía dar protección a los extranjeros en la ciudad de México.[14]
En medio de ese caos, el general 
zapatista José Sabino Díaz, integrante de la División Antonio Barona del
 Ejército Libertador, propuso a la Convención nacionalizar el petróleo. 
“Ahora o nunca”, escribió desde su campamento, “o salvamos a México con 
el petróleo, o lo hemos perdido para siempre”. En febrero de 1915, su 
iniciativa no fue tomada en cuenta y, por segunda ocasión, insistió el 
1º de marzo: “espero que esta vez esa Convención acogerá con la entereza
 que las circunstancias exigen la iniciativa de nacionalizar el 
petróleo, dándole la aprobación justa y legal”.[15]
En forma paralela, el general José 
Sabino Díaz informó a Emiliano Zapata acerca de esta iniciativa. El 
documento se encuentra en uno de los archivos de la revolución del sur 
y, gracias a esto, podemos conocer el texto completo que presentó a la 
Convención Revolucionaria. Dice así:
1º. 
Universalmente está reconocido que la república mexicana es una de las 
primeras naciones del mundo como productora de petróleo.
2º. Igualmente está 
reconocido que el petróleo es un artículo de primer orden, dada su 
importancia en las aplicaciones que tiene en las industrias modernas.
3º. También está 
demostrado que la producción de combustible líquido es o puede ser en 
pozos como el de La Corona, en el Pánuco, de 180 mil barriles diarios, 
con un valor de 5.4 millones al mes, o sea, 60 millones de pesos 
anuales.
4º. Que a los 
productos de La Corona deben adicionarse los de Potrero del Llano, Juan 
Casiano, Mexican Oil Co., El Alamo y otros muchos más que existen en 
nuestro resto territorial.
5º. Que no es 
equitativo que un país que tiene tales fuentes de riqueza, su gobierno 
sólo pueda percibir un 20 por ciento de la producción total y más aún en
 los críticos momentos actuales.
6º. Que para evitar 
los préstamos forzosos que siempre son onerosos, así como el papel 
moneda defectuoso, que facilita en alto grado la criminal labor de los 
falsificadores, el gobierno se incaute de la explotación del expresado 
combustible. Con cuyo hecho se remediará la actual situación, salvándose
 a la patria, recordando las celebres frases del licenciado Sebastián 
Lerdo de Tejada, cuando nuestra querida patria se encontraba en peligro 
por la intención de Maximiliano de Habsburgo, “Ahora o nunca”. Pues 
dadas las actuales circunstancias, o salvamos a México con el petróleo o
 lo hemos perdido para siempre.
General de brigada José Sabino Díaz, Ejército Libertador.[16]
Esta iniciativa para nacionalizar el petróleo se presentó a la Convención Revolucionaria en medio de la turbulencia de la guerra y fue archivada, 23 años antes de la expropiación realizada por el gobierno del general Lázaro Cárdenas. En aquel tiempo, la extracción de petróleo mexicano era de 26 millones de barriles, aproximadamente, la mitad de la producción anual de 1937.[17] Las principales compañías que aprovechaban los recursos de México eran los monopolios petroleros de Gran Bretaña y Estados Unidos, con socios de la oligarquía colonial como los Creel, Escandón, Pimentel y también el hijo de Porfirio Díaz.
Pero sabemos muy poco del general 
zapatista José Sabino Díaz. Operaba en el estado de Puebla, entre 
Texmelucan y Río Frío; sus campamentos estaban ubicados, al momento que 
hizo la propuesta de nacionalizar el petróleo, en Ixtapalucan y 
Tlalancaleca. Según informó el general Everardo González a Emiliano 
Zapata, el 28 de agosto de 1916, José Sabino Díaz fue asesinado por 
Domingo Arenas, quien fuera general zapatista de Tlaxcala y, en aquel 
tiempo, se pasó al carrancismo.[18]
Teniendo presente esa limitación 
historiográfica acerca de la trayectoria de vida del general José Sabino
 Díaz, sólo podemos formular en términos generales el siguiente 
problema, con el propósito de comprender mejor la experiencia de la 
revolución del sur. ¿Cómo fue posible la emergencia tal discurso? 
¿Cuáles fueron los códigos del zapatismo necesarios para producir la 
iniciativa de nacionalizar el petróleo?
Hemos visto, anteriormente, cómo concibe
 el conflicto aquel manifiesto de Emiliano Zapata dirigido al pueblo de 
México. De un lado, los acaparadores de tierras, los ladrones de montes y
 aguas, los que todo lo monopolizan, desde el ganado hasta el petróleo. Y
 del otro, los campesinos despojados, la gran multitud de los que tienen
 agravios, los que han sido robados en su jornal; quienes quieren 
recobrar lo que es suyo.
Esa es la primera clave. En el discurso 
público del Ejército Libertador está inscrito el problema de la 
monopolización del petróleo y la necesidad de recuperar lo que es 
propio, para vivir como hombres libres, sin capataz y sin amo, sin 
humillaciones ni miserias.
Pero también fue una certeza en la base 
de la rebelión, como lo expresa el capitán 1º José Alarcón Casales: 
íbamos a pelear, desde luego, la causa de defender que lo que está en 
México sea pa’ los mexicanos. ¡Por qué la tierra iba estar en poder de 
manos extranjeras!
Esa convicción firme y directa se 
explica por la colonización de México y la lucha tenaz de los pueblos 
contra las haciendas, a lo largo de cuatro siglos. Se funda en la 
experiencia práctica, sistematizada en el pensamiento de los campesinos 
como una causa justa, sin mediación estatal.
La liberación que plantearon los 
zapatistas —vivir como hombres libres, sin humillaciones ni miserias— 
está ligada estrechamente a la necesidad de transformar la propiedad. 
Esto constituye la base material de su radicalidad.
Tierra y Libertad es lo que peleábamos 
nosotros, explicó don Macedonio García, teniente de caballería del sur. 
Pero hay algo más, porque los campesinos no sólo peleaban para sí. 
Francamente, sería absurdo creer que alguien puede hacer la guerra por 
diez años, asumiendo todas sus consecuencias, solamente para conseguir 
tres o cinco hectáreas de labor. Los zapatistas nunca redujeron su lucha
 a una parcela.
Peleaban para México y esto constituye 
la clave fundamental. Don Macedonio llama la atención sobre ello, 
haciendo ver que eso es lo que distingue al zapatismo.  Libres, sin 
capataces, sin amo. Para todos. Fíjese bien, mire: la tierra libre para 
todos. En la lucha por la justicia para todos los mexicanos se inscribe 
la estrategia de nacionalización.
Los manifiestos en náhuatl que emitió el
 general Emiliano Zapata, en 1918, expresan mejor el sentido de unidad 
entre la lucha por la tierra y la lucha por México. Lo que ahí dice es 
que los zapatistas luchan por “nuestra querida Madre Tierra, México” (“to tlalticpac-nantzi, México”).
No es casual que la mayor nitidez 
política de la causa zapatista se produjera en lengua mexicana. Con el 
propio sistema de códigos de la civilización que dio origen al 
zapatismo, el Ejército Libertador proclamó su orientación fundamental: “huei tequitl tlen ticchihuazque ixpan to tlalticpac-nantzi mihtoa Patria”, es decir, convocó al “gran trabajo que haremos ante nuestra querida Madre Tierra, que se dice Patria”.
Tierra-Patria es el símbolo de la 
revolución zapatista. En todos los aspectos, la revolución del sur 
imprimió este sello a la lucha social y se puede estudiar detenidamente 
en infinidad de documentos, imágenes, canciones y testimonios orales. 
Tierra-Patria operó como principio articulador de su identidad política.
 En él convergen todos los antagonismos que resultan de la colonialidad 
del poder, sea entre los pueblos y las haciendas o entre México y los 
monopolios extranjeros. Es el código de justicia más firme dentro de la 
cultura política zapatista. Constituye un sistema compartido de sentido 
profundo, con larga historia. Une la causa justa de la revolución del 
sur con la lucha por la independencia nacional, en un solo proceso de 
descolonización y liberación social.
Se entenderá, así, por qué fue posible 
que el zapatismo se desplegara con fuerza masiva y por qué, para estos 
hombres y mujeres, la guerra fue un recurso serio para alcanzar 
objetivos serios.
Estrategia del Plan de Ayala 
A fin de ampliar el horizonte de la 
iniciativa zapatista para nacionalizar el petróleo, ahora puede 
reformularse el problema: ¿Qué otras bases hicieron posible tal discurso
 revolucionario?
El Plan de Ayala autorizaba la 
iniciativa del general José Sabino Díaz. Desde el inicio de la 
revolución, estableció la necesidad de expropiar los monopolios de la 
agricultura y la industria, “en virtud de que la inmensa mayoría de los 
pueblos y ciudadanos mexicanos no son mas dueños que del terreno que 
pisan sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar en nada su 
condición social” (artículo 7º). Asimismo, el Plan de Ayala determinó 
nacionalizar los bienes de los enemigos de la revolución, a fin de 
auxiliar a las víctimas que sucumban en la lucha (artículo 8º).
En el manifiesto al pueblo de México, 
emitido en Milpa Alta, Distrito Federal, Emiliano Zapata explicó la 
importancia de la nacionalización y su contenido estratégico. Rechazaba 
que la paz pudiera ser asegurada por un gobierno despótico militar. La 
paz sólo podía lograrse en la medida que la revolución pudiera reducir a
 la impotencia a los contrarrevolucionarios. En este sentido, el 
manifiesto de Milpa Alta actualiza la experiencia histórica de la lucha 
encabezada por Juárez.
La primera labor, la
 de poner al grupo reaccionario en la imposibilidad de seguir siendo un 
peligro, se consigue por dos medios diversos: por el castigo ejemplar de
 los cabecillas, de los grandes culpables, de los directores 
intelectuales y de los elementos activos de la facción conservadora y 
por el ataque dirigido contra los recursos pecuniarios de que aquellos 
disponen para producir intrigas y provocar [contra] revoluciones; es 
decir, por la confiscación de las propiedades de aquellos hacendados y 
de aquellos políticos que se hayan puesto al frente de la resistencia 
organizada contra el movimiento popular…
Quitar al enemigo 
los medios de dañar, fue la sabia política de los reformadores del 57, 
cuando despojaron al clero sus inmensos caudales que sólo le servían 
para fraguar conspiraciones…
El general en jefe Emiliano Zapata.[19]
La estrategia de confiscación y 
nacionalización fue recuperada por los zapatistas, explícitamente, de la
 lucha juarista. Cuando proclamaron este manifiesto, en agosto de 1914, 
los zapatistas percibían que, después de derrocar la dictadura de 
Huerta, el triunfo no estaba asegurado. Por ello, había que eliminar los
 soportes materiales de la reacción. Las propias condiciones en que 
estaba la revolución hicieron necesario recuperar la experiencia 
histórica.
Los pueblos del sur encontraban, en su 
propia situación y en las enseñanzas de la historia, el contenido y el 
material de su actuación revolucionaria: enemigos que vencer y medidas 
que adoptar, impuestas por las propias necesidades de la lucha. Las 
consecuencias derivadas de sus propias acciones impulsaban al Ejército 
Libertador a seguir adelante, empleando la memoria de las luchas.
En apoyo de esta 
confiscación, milita la circunstancia de que la mayor parte, por no 
decir la totalidad de los predios que habrán que nacionalizarse, 
representan intereses improvisados a la sombra de la dictadura 
porfirista, con grave lesión de los derechos de una infinidad de 
indígenas, de pequeños propietarios, de víctimas de toda especie, 
sacrificadas brutalmente en aras de la ambición de los poderosos.
La segunda labor, o 
sea la creación de poderosos intereses afines de la revolución y 
solidarios a ella, se llevarán a feliz término, si se restituyen a los 
particulares y a las comunidades indígenas los inmuebles terrenos de que
 han sido despojados por los latifundistas y si este gran acto de 
justicia se completa, en obsequio a los que nada poseen ni han poseído, 
con el reparto proporcional de las tierras decomisadas…
El Plan de Ayala, que traduce y encarna los ideales del pueblo campesino, da satisfacción a los dos términos del problema…
El general en jefe Emiliano Zapata.[20]
La estrategia de nacionalización 
juarista y zapatista, igual que la Convención Revolucionaria de México, 
pertenecen a un horizonte más amplio de la historia. Están ligadas a las
 experiencias de la revolución mundial. El representante de Emiliano 
Zapata en la Convención, Antonio Díaz Soto y Gama, lo expresó así: “Los 
que estábamos al frente de la delegación del Sur (Santiago Orozco, Luis 
Méndez, Otilio Montaño y yo) nos hallábamos saturados de lecturas e 
impresiones acerca de la revolución francesa y fuertemente impresionados
 también, con excepción de Montaño, por las doctrinas derivadas del 
concepto ácrata de Kropotkin, Reclus, Malato y demás teóricos del 
anarquismo”.[21]
Esta vertiente internacional del 
zapatismo es uno de los aspectos menos estudiados por la historiografía,
 debido al prejuicio dominante que impuso la escuela folklórica de 
Estados Unidos, acerca de los campesinos mexicanos y el zapatismo.
Cuando la revolución expulsó y confiscó a
 los hacendados, el Ejército Libertador transformó las antiguas 
haciendas en Fábricas Nacionales. Esa estrategia, incluso la 
designación, también representa la actualización de los Talleres 
Nacionales de la revolución de 1848, en Francia. Está en una situación 
de dialogía con las luchas de su época; también, con el programa de 
acciones propuesto por Carlos Marx y Federico Engels, en ese mismo año. 
Entre otras medidas, la “multiplicación de las fábricas nacionales”.[22]
Es notable la correlación entre los 
argumentos zapatistas y el planteamiento de Carlos Marx, cuando éste 
abordó la cuestión de la nacionalización de la tierra, en 1872. Los 
defensores de la propiedad privada sobre la tierra —escribió Marx— han 
realizado no pocos esfuerzos para disimular el hecho de que los 
conquistadores, por medio de la fuerza, impusieron leyes de propiedad, 
designándolas como “derecho natural”. En este sentido, expuso: “Si la 
conquista ha creado el derecho natural para una minoría, a la mayoría no
 le queda más que reunir suficientes fuerzas para tener el derecho 
natural de reconquistar lo que se le ha quitado”.[23]
Emiliano Zapata planteó el mismo problema y solución, en una carta que dirigió a un compañero, en 1913:
¿Cómo se hizo la conquista de México? Por medio de las armas.
¿Cómo se apoderaron 
de las grandes posesiones de tierras los conquistadores, que es la 
inmensa propiedad agraria que por más de cuatro siglos se ha transmitido
 a diversas propiedades? Por medio de las armas.
Pues por medio de las armas debemos hacer porque vuelvan a sus legítimos dueños, víctimas de la usurpación.
El general en jefe Emiliano Zapata.[24]
La nacionalización de la tierra, 
observó Marx, debe producir un cambio completo en las relaciones entre 
el trabajo y el capital y, a la postre, debe acabar por entero con el 
modo capitalista de producción, tanto en la industria como en la 
agricultura. Este papel histórico de los despojados por la guerra de 
conquista sería posible debido a que la nacionalización revolucionaria 
elimina la base económica en que descansan las diferencias y los 
privilegios de clase. En particular, la nacionalización de la tierra 
significa abolir la renta absoluta, que constituye el soporte económico 
de la clase terrateniente.
Pero los zapatistas no sólo 
nacionalizaron la tierra. Además, nacionalizaron la industria del azúcar
 y eliminaron de un solo golpe a esa clase híbrida del 
terrateniente-industrial, generada bajo la dictadura porfirista. En 
Morelos, la antigua hacienda y el ingenio de Zacatepec se convirtió en 
la Fábrica Nacional número 7; la ex hacienda de Calderón, Fábrica 
Nacional 22; la ex hacienda de Hospital, Fábrica Nacional 23, y así 
sucesivamente en los demás casos. Por acuerdo de la Convención de 
Morelos, en enero de 1916, todas las Fábricas Nacionales pasaron a ser 
administradas por la Caja Rural de Préstamos, una institución de la 
revolución del sur establecida para apoyar a todos los trabajadores del 
campo. En la ex hacienda de Atlihuayán, también se estableció la Fábrica
 Nacional de Cartuchos y se acuñó moneda zapatista de cobre y de plata. 
La Fábrica Nacional 22, en diciembre de 1915, albergó la escuela militar
 del Ejército Libertador, donde se procuró impartir cursos trimestrales 
sobre manejo de armas, reparación de material, servicio de campaña, 
nociones de trigonometría y topografía, entre otras materias, a jóvenes 
de Morelos, Guerrero, Distrito Federal, Estado de México, Puebla, 
Tlaxcala y Oaxaca. Precisamente, José Sabino Díaz, el zapatista que 
propuso a la Convención nacionalizar el petróleo, fue uno de los 
generales convocados para que enviara muchachos de su brigada a 
prepararse en esta escuela.[25]
En ese horizonte de los procesos 
revolucionarios del mundo —las correlaciones sin fronteras de una época 
insurgente— los delegados zapatistas impulsaron la política agraria del 
Ejército Libertador en la Convención. Así, por ejemplo, con insistencia 
sostuvieron “la tierra es del que la trabaja”, una frase popular en 
aquel tiempo, que proviene de la traducción de “La Internacional”, el 
poema de la Comuna de París de 1871 que se convirtió en himno 
revolucionario mundial.
El 6 de febrero de 1915, en la 
Convención, el teniente coronel Reynaldo Lecona señalaba que la 
confiscación del latifundio “es el primer paso que el socialismo va a 
dar en beneficio del pueblo, al que le han robado sus tierras”. Lecona 
fue uno de los integrantes del equipo de trabajo del Cuartel General de 
Emiliano Zapata. Por su parte, el general Otilio Montaño sólo una vez 
—en la sesión convencionista del 31 de enero de 1915— habló de Emiliano 
Zapata con referencia al socialismo: “Zapata, como socialista y como 
redentor del pueblo de Morelos, llevará a sus legiones al triunfo”. Con 
más frecuencia, Montaño empleó el término colectivista.[26]
En aquellos días, Emiliano Zapata nombró
 a Prudencio Casals Rodríguez, internacionalista cubano y coronel del 
Ejército Libertador, como encargado de la nacionalización de bienes. Más
 tarde, lo ascendió a general y, como tal, fue comandante de la Brigada 
Roja, en la División Zapata del Ejército Libertador. Estuvo al lado del 
general en jefe hasta el final, en Chinameca, y murió en la ciudad de 
México, el 9 de octubre de 1949.
Nací en La Habana, 
soy hijo de Cuba, y no tengo nacionalidad. Mi nacionalidad es la tierra y
 la humanidad. No vine de la Luna ni de Marte. Lucho por la libertad 
humana y no por gente de color azul o rojo.
Desde el momento en 
que existen las ideas socialistas, considero como patria cualquier lugar
 en que pueda prestar mi ayuda a la humanidad que lucha por la causa de 
la libertad.
Coronel Prudencio Casals, Ejército Libertador.[27]
En la historia de México, las prácticas 
internacionalistas no son extrañas. Considérese que Juárez tuvo a dos 
cubanos como ministros de Guerra, los generales Anastasio Parrodi y 
Pedro Ampudia, quienes además combatieron en nuestro país en la guerra 
de 1847-1848, contra la invasión y usurpación de territorio mexicano por
 parte de Estados Unidos. Asimismo, hubo mexicanos internacionalistas 
que ayudaron a la formación del Ejército Libertador de Cuba, organizado 
por José Martí; entre ellos, el general José Inclán Rico, originario de 
Puebla, fusilado por los españoles cerca de La Habana, en 1872.[28]
* * *
1. El proceso civilizatorio del maíz y 
sus códigos de la tierra, autoorganización y autodeterminación de 
hombres libres, sin capataz y sin amo, sin humillaciones ni miserias; 2.
 Hidalgo y Morelos, Juárez y la experiencia anticolonial; 3. La 
Convención y la Comuna de París, Kropotkin y Marx, la dialogía de una 
época revolucionaria mundial. Estas fueron, a grandes rasgos, tres de 
las vertientes que nutrieron a la revolución del sur. Con ellas podrá 
comprenderse mejor cómo fue posible la iniciativa zapatista para 
nacionalizar el petróleo.
Pero el intento de dar respuesta al 
problema señalado nos ha enfrentado a un nuevo desafío. Si bien es 
cierto que la revolución del sur estuvo en relación dialógica con la 
historia insurgente de México y con otros procesos revolucionarios del 
mundo; asimismo, en la práctica, no se limitó a sus enseñanzas y fue más
 allá de ambos. A modo de ejemplo, la guerra de independencia no abolió 
el régimen colonial de las haciendas y la Comuna de París no contó con 
la fuerza organizada de los pobres del campo en un Ejército Libertador.
En otras palabras, la revolución del sur
 no recibió simplemente la influencia desde otros espacios y tiempos de 
la insurgencia. El zapatismo fue un proceso activo, que generó una 
práctica política extraordinariamente radical y rompió fronteras. En ese
 sentido, habría que pensar a la revolución del sur como parte 
constituyente de los procesos de liberación en el mundo; como una 
irrupción desde la civilización del maíz, con capacidad de generar 
nuevas posibilidades de emergencia rebelde en otros espacio-tiempo. De 
modo que, para recuperar plenamente la memoria zapatista, es necesaria 
la ruptura con la versión dominante de la historia que reduce, aísla y 
simplifica la gesta que protagonizaron los pueblos de México y su 
Ejército Libertador.
Va a ser necesaria 
una revolución más formidable de la que hemos pasado para arrebatar, no 
ya unos cuantos pedazos de tierra, sino algo más: la maquinaria, los 
medios de producción, los medios de transporte, los instrumentos de 
trabajo.
Todos debemos ser 
dueños de la tierra, lo mismo que del subsuelo. Todos debemos ser dueños
 de las máquinas, los medios de transporte y los instrumentos de 
trabajo, por una razón sencillísima: todo es obra de los trabajadores…
No queremos que el 
gobierno reparta todo, porque sería pedirle peras al olmo. Somos 
nosotros mismos, los trabajadores, los que debemos hacerlo.
Luis Méndez, sastre, fundador de la Casa del Obrero
y delegado zapatista en la Convención.[29]
[1] “Tierra y Libertad”, Tiempo de México
 número 25, ciudad de México, noviembre de 1910 a junio de 1911, 
reedición de la Dirección General de Publicaciones y Bibliotecas de la 
SEP, 22 de noviembre de 1982.
[2] Horacio Crespo, et. al. Historia del azúcar en México,
 tomo I, Fondo de Cultura Económica, México, 1988. Véase Cuadro 1, 
“Cultivo y beneficio de la caña de azúcar en Nueva España, 1524-1800”, 
pp. 50-58.
[3] Ibídem, p. 16.
[4]
 Capitán 1º José Alarcón Casales, Ejército Libertador. Entrevista 
realizada por Salvador Rueda y Laura Espejel en Zacatepec, Morelos, 4 de
 mayo de 1975 (inédita).
[5] Luis García Pimentel a la Secretaría de Fomento, 6 de junio de 1912, citado por Salvador Rueda Smithers, El paraíso de la caña, historia de una construcción imaginaria, INAH, México, 1998, p. 144.
[6]
 María de Jesús Zapata Salazar al juez de distrito, Cuautla, Morelos, 28
 de enero de 1910. Carlos Agustín Barreto fraternalmente me obsequió una
 copia del expediente judicial de Emiliano Zapata.
[7]
 Teniente de caballería Macedonio García Ocampo, Ejército Libertador. 
Entrevista realizada por Laura Espejel en Juchitepec, Estado de México, 
23 de abril de 1977 (inédita).
[8] Bonfil, Guillermo, México profundo. Una civilización negada, Mandadori, México, 2005.
[9] Sobre la botánica económica del maíz, véase Warman, Arturo, La historia de un bastardo: maíz y capitalismo, UNAM-FCE, segunda edición, México, 1995.
[10] Teniente de caballería Macedonio García Ocampo, Ejército Libertador, cit.
[11] Mecanuscrito firmado por Emiliano Zapata, sin fecha, Archivo Robles Domínguez (AGN), 8, 43, 13-14.
[12] Robert McCaa, Missing millions: the human cost of the Mexican Revolution, University of Minnesota Population Center, 2001. www.hist.umn.edu/~rmccaa/missmill/mxrev.htm
[13]
 General Emiliano Zapata, manifiesto “Al pueblo mexicano”, Ejército 
Libertador, Cuartel General en Tlaltizapán, 29 de mayo de 1916. Fondo 
Gildardo Magaña (UNAM), 27, 5, 56.
[14]
 “Talk of using force in Mexico.- Five more american battleships likely 
to be ordered to the east coast” y “Villistas regain mexican capital.- 
Zapata forces enter as Obregón moves out”, The New York Times, 9 y 10 de marzo de 1915.
[15]
 General de brigada José Sabino Díaz a la Convención Revolucionaria, 
Tlalancaleca, Puebla, 1º de marzo de 1915, documento leído en la sesión 
del 10 de marzo de 1915. Crónicas y debates de las sesiones de la Soberana Convención Revolucionaria, INEHRM, México, 1965, tomo III, p. 255.
[16]
 General de brigada José Sabino Díaz a Emiliano Zapata, Ejército 
Libertador, copia de la iniciativa de expropiación petrolera enviada a 
la Convención Revolucionaria, San Rafael Ixtapalucan, Puebla, 10 de 
febrero de 1915, Fondo Emiliano Zapata, 5, 1, 94-95.
[17] Estadísticas históricas de México, INEGI, México, 1990, tomo I, p. 469.
[18]
 General Everardo González a Emiliano Zapata, Ejército Libertador, 
Juchitepec, Estado de México, 28 de agosto de 1916. Fondo Gildardo 
Magaña, 28, 4, 143.
[19]
 El general en jefe del Ejército Libertador, Emiliano Zapata, 
“Manifiesto al pueblo mexicano”, Milpa Alta, Distrito Federal, agosto de
 1914, en Espejel, Laura et. al. Emiliano Zapata, Antología, INEHRM, México, 1988, p. 226-228.
[20] Ídem.
[21] Antonio Díaz Soto y Gama, La revolución agraria del Sur y Emiliano Zapata su caudillo, INEHRM, México, 1987, p. 203.
[22] Marx, Carlos y Engels, Federico, Manifiesto del Partido Comunista, www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm.
[23] Marx, Carlos, “La nacionalización de la tierra”, International Herald, 15 de junio de 1872, www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/lndl72s.htm
[24]
 General Emiliano Zapata a Gildardo Magaña, Ejército Libertador, 
Campamento Revolucionario, octubre de 1913. Fondo Genovevo de la O 
(AGN), 17, 2, 34.
[25] Escuela Militar del Ejército Libertador, Atlihuayán, Morelos, 3 de diciembre de 1915, Fondo Gildardo Magaña, 29, 10, 555.
[26] Crónicas y debates de las sesiones de la Soberana Convención Revolucionaria, INEHRM, México, 1965, tomo II, pp. 102 y 246 (versión taquigráfica).
[27]
 Coronel Prudencio Casals Rodríguez, Ejército Libertador. Intervención 
del 4 de enero de 1915 en la Convención Revolucionaria, según los 
diarios La Convención y El Monitor, México, D. F. 5 de enero de 1915.
[28]
 Teniente coronel René González Barrios, Fuerzas Armadas 
Revolucionarias, intervención en la Mesa Redonda de la televisión cubana
 El bicentenario de Benito Juárez, La Habana, Cuba, 24 de marzo de 2006. Jordi Espresate fraternalmente me obsequió una copia del video.
[29]
 Luis Méndez, representante del general zapatista Jesús Navarro, 
pronunciamiento en la Convención Revolucionaria, México, D. F., 24 de 
marzo de 1915, versión taquigráfica en Florencio Barrera, Crónicas y 
Debates de las sesiones de la Soberana Convención Revolucionaria, 
INEHRM, México, 1965, tomo III, pp. 390-391.
 
 
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