La noción de duración histórica se desarrolla
pausadamente. El niño puede conocer muchas fechas y, sin embargo, no ser capaz
de integrarlas en un sistema común y continuo, del mismo modo que puede conocer
lugares distintos y ser incapaz de desplazarse por sí mismo de a otro. En ambos
casos – en el espacio y en el temporal- ha de construir un mapa que incluya los
diversos puntos conocidos (lugares o fechas), pero también la forma y el camino
más corto para ir de uno otro. Esta analogía espacio/tiempo se rompe no
obstante, el considerar un elemento fundaméntela del tiempo no presente con la
misma importancia en el espacio: se trata del carácter ordinal del tiempo: los
acontecimientos tienen un orden, unos sucedieron antes que otros.
En términos generales las nociones de orden temporal
histórico se desarrollan antes que las de duración. Aunque al adolescente la
resulta costoso calcular el tiempo exacto transcurrido entre 1472 y 1789, no
tiene problema alguno para reconocer que 1492 es anterior a 1789.
De hecho, sobre los 9 o 10 años se resuelven
perfectamente este tipo de problemas cuando son pocas las fechas que hay que
comprar. Sin son más de cuatro o cinco, la solución plenamente correcta puede
retrasarse hasta los 11 o 12 años. Otro problema distinto se plantea cuando lo
que hay que ordenar no son fechas sino hechos más o menos conocidos. En este
caso, se requerirá del alumno un conjunto de conocimientos específicos (si el
alumno no conoce el hecho, difícilmente podrá situarlo en el tiempo), pero
también una estructuración temporal de las civilización.
Hay muchas habilidades y conceptos en la escuela que
erróneamente se dan por sabidos, creyéndoles más fáciles de lo que en realidad
son.
POZO. Ignacio, “El niño y la historia” en Recursos
didácticos
Para la enseñanza de la historia en la educación,
Curso Estatal de Actualización, Morelia: 2002
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