La gente sostiene al mundo

viernes, 8 de marzo de 2013

DESARROLLO AFECTIVO Y SOCIAL


 

DESARROLLO AFECTIVO Y SOCIAL

 

ETAPAS DEL DESARROLLO PSICOSEXUAL SEGÚN FREUD

ETAPA ORAL

     Según Freud, la etapa oral es el primer momento en la evolución de la personalidad del individuo. Corresponde al primer y segundo año de vida y se caracteriza por dirigir la libido hacia la boca y buscar la satisfacción gracias a la actividad de succión.

ETAPA ANAL

     Freud sitúa esta segunda etapa del desarrollo de la personalidad entre los dos y tres años del niño; la libido se dirige hacia el ano y la satisfacción sobreviene por la expulsión o retención de las heces.

ETAPA FÁLICA

     Para Freud la etapa fálica es fundamental para el desarrollo del psiquismo, porque en ella se produce el Complejo de Edipo y el Complejo de Electra. Entre los cuatro y los seis años el niño dirige el impulso erótico hacia sus genitales y consigue la satisfacción el varón mediante el juego con su pene y la niña con su clítoris, o mediante la masturbación.

ETAPA DE LATENCIA

     Para el psicoanálisis, etapa del desarrollo psicosexual situada entre los cinco o seis años y la pubertad. En esta fase y como consecuencia de la aparición del superyó el niño reprime sus sentimientos edípicos e inhibe sus apetitos erótico-sexuales.

ETAPA GENITAL

     Según Freud, a partir de la pubertad se produce la etapa genital o segunda etapa de interés genital. En esta etapa, el niño, tras la superación del complejo de Edipo, orienta su deseo sexual fuera de la familia, hacia personas del sexo opuesto y convierte la relación genital reproductora en el objetivo del instinto sexual.

Desarrollo psicosocial. Las etapas de Erikson.

Al igual que Piaget, Erik Erikson (1902-1994) sostuvo que los niños se desarrollan en un orden predeterminado. En vez de centrarse en el desarrollo cognitivo, sin embargo, él estaba interesado en cómo los niños se socializan y cómo esto afecta a su sentido de identidad personal. La teoría de Erikson del desarrollo psicosocial está formada por ocho etapas distintas, cada una con dos resultados posibles.

Según la teoría, la terminación exitosa de cada etapa da lugar a una personalidad sana y a interacciones acertadas con los demás. El fracaso a la hora de completar con éxito una etapa puede dar lugar a una capacidad reducida para terminar las otras etapas y, por lo tanto, a una personalidad y un sentido de identidad personal menos sanos. Estas etapas, sin embargo, se pueden resolver con éxito en el futuro.

1. Confianza frente a desconfianza.

Desde el nacimiento hasta la edad de un año, los niños comienzan a desarrollar la capacidad de confiar en los demás basándose en la consistencia de sus cuidadores (generalmente las madres y padres). Si la confianza se desarrolla con éxito, el niño/a gana confianza y seguridad en el mundo a  su alrededor y es capaz de sentirse seguro incluso cuando está amenazado. No completar con éxito esta etapa puede dar lugar a una incapacidad para confiar, y por lo tanto, una sensación de miedo por la inconsistencia del mundo. Puede dar lugar a ansiedad, a inseguridades, y a una sensación excesiva de desconfianza en el mundo.

2. Autonomía frente vergüenza y duda.

Entre el primer y el tercer año, los niños comienzan a afirmar su independencia, caminando lejos de su madre, escogiendo con qué juguete jugar, y haciendo elecciones sobre lo que quiere usar para vestir, lo que desea comer, etc. Si se anima y apoya la independencia creciente de los niños en esta etapa, se vuelven más confiados y seguros respecto a su propia capacidad de sobrevivir en el mundo. Si los critican, controlan excesivamente, o no se les da la oportunidad de afirmarse, comienzan a sentirse inadecuados en su capacidad de sobrevivir, y pueden entonces volverse excesivamente dependiente de los demás, carecer de autoestima, y tener una sensación de vergüenza o dudas acerca de sus propias capacidades.

3. Iniciativa frente a culpa.

Alrededor de los tres años y hasta los siete, los niños se imponen o hacen valer con más frecuencia. Comienzan a planear actividades, inventan juegos, e inician actividades con otras personas. Si se les da la oportunidad, los niños desarrollan una sensación de iniciativa, y se sienten seguros de su capacidad para dirigir a otras personas y tomar decisiones. Inversamente, si esta tendencia se ve frustrada con la crítica o el control, los niños desarrollan un sentido de culpabilidad. Pueden sentirse como un fastidio para los demás y por lo tanto, seguirán siendo seguidores, con falta de iniciativa.

4. Industriosidad frente a inferioridad.

Desde los seis años hasta la pubertad, los niños comienzan a desarrollar una sensación de orgullo en sus logros. Inician proyectos, los siguen hasta terminarlos, y se sienten bien por lo que han alcanzado. Durante este tiempo, los profesores desempeñan un papel creciente en el desarrollo del niño. Si se anima y refuerza a los niños por su iniciativa, comienzan a sentirse trabajadores y tener confianza en su capacidad para alcanzar metas. Si esta iniciativa no se anima y es restringida por los padres o profesores, el niño comienza a sentirse inferior, dudando de sus propias capacidades y, por lo tanto, puede no alcanzar todo  su potencial.

5. Identidad frente a confusión de papeles.

Durante la adolescencia,  la transición de la niñez a la edad adulta es sumamente importante. Los niños se están volviendo más independientes, y comienzan a mirar el futuro en términos de carrera, relaciones, familias, vivienda, etc. Durante este período, exploran las posibilidades y comienzan a formar su propia identidad basándose en el resultado de sus exploraciones. Este sentido de quiénes son puede verse obstaculizado, lo que da lugar a una sensación de confusión sobre sí mismos y su papel en el mundo.

6. Intimidad frente a aislamiento.

En la adultez temprana, aproximadamente desde los 20 a los 25 años, las personas comenzamos a relacionarnos más íntimamente con los demás. Exploramos las relaciones que conducen hacia compromisos más largos con alguien que no es un miembro de la familia. Completar con acierto esta etapa puede conducir a relaciones satisfactorias y aportar una sensación de compromiso, seguridad, y preocupación por el otro dentro de una relación. Erikson atribuye dos virtudes importantes a la persona que se ha enfrentado con éxito al problema de la intimidad: afiliación (formación de amistades) y amor (interés profundo en otra persona). Evitar la intimidad, temiendo el compromiso y las relaciones, puede conducir al aislamiento, a la soledad, y a veces a la depresión.

7. Generatividad frente a estancamiento.

Durante la edad adulta media, en una etapa que dura desde los 25 hasta los 60 años aproximadamente, establecemos nuestras carreras, establecemos una relación, comenzamos nuestras propias familias y desarrollamos una sensación de ser parte de algo más amplio. Aportamos algo a la sociedad al criar a nuestros hijos, ser productivos en el trabajo, y participar en las actividades y organización de la comunidad. Si no alcanzamos estos  objetivos, nos quedamos estancados y con la sensación de no ser productivos.

No alcanzar satisfactoriamente la etapa de generatividad da lugar a un empobrecimiento personal. El individuo puede sentir que la vida es monótona y vacía, que simplemente transcurre el tiempo y envejece sin cumplir sus expectativas. Son personas que han fracasado en las habilidades personales para hacer de la vida un flujo siempre creativo de experiencia y se sienten apáticos y cansados.


Las personas generativas encuentran significado en el empleo de sus conocimientos y habilidades para su propio bien y el de los demás; por lo general, les gusta su trabajo y lo hacen bien.

8. Integridad del yo frente a desesperación.

Mientras envejecemos y nos jubilamos, tendemos a disminuir nuestra productividad, y exploramos la vida como personas jubiladas. Durante este periodo contemplamos nuestros logros y podemos desarrollar integridad si consideramos que hemos llevado una vida acertada. Si vemos nuestras vidas como improductivas, nos sentimos culpables por nuestras acciones pasadas, o consideramos que no logramos nuestras metas en la vida, nos sentimos descontentos con la vida, apareciendo la desesperación, que a menudo da lugar a depresión.

 

ETAPAS DE DESARROLLO MORAL DE LA PERSONA, según L. Kohlberg.


El norteamericano Lawrence Kohlberg se basa en los estudios de Piaget y John Dewey. Se centra en los aspectos cognitivos de la moralidad, es decir, en la capacidad de juzgar moralmente una situación determinada.

Inició sus trabajos hacia 1960 prolongándolos varias décadas, presentando a la gente “dilemas morales”, casos conflictivos, y clasificó las respuestas que, ante ellos, daban las personas. De esta manera llegó a determinar hasta seis etapas que se corresponden a tres niveles distintos de moralidad.

Según Kohlberg, esta secuencia de etapas es necesaria, y no depende de las diferencias culturales (obtuvo los mismos resultados en EEUU, Méjico y Taiwán) Normalmente los niños se encuentran en el primer nivel (premoral), pero sólo el 25 % de los adultos llegan al tercer nivel (y únicamente un 5% alcanza el sexto estadio). Por tanto, la madurez física y psicológica del individuo no siempre conlleva madurez moral, más difícil aún de lograr.

Las etapas son las siguientes:

Primer Nivel: Preconcencional (Premoral)

Se respetan las normas sociales sobre lo que es bueno o malo atendiendo únicamente a sus consecuencias –premio o castigo- o al poder físico de los que las establecen. Además, se considera justo lo que satisface las necesidades del yo (egocentrismo e individualismo). Se distinguen 2 estadios:

            Estadio 1: Orientación al castigo y la obediencia. Se obedecen las normas para evitar el castigo. No se considera el valor humano de la norma. “Si no lo hago, me castigan”.

            Estadio 2: Orientación pragmática. Prevalecen las consideraciones de conveniencia propia, satisfacción de necesidades, etc. La razón para hacer lo correcto es servir a los propios intereses (reconociendo que los demás también los tienen). “Me va bien así” “Es lo que más me conviene”.

Segundo Nivel: Convencional

Se vive identificado con el grupo y se intenta cumplir bien el propio rol: responder a las expectativas de los demás y mantener el orden establecido, es decir, el orden “convencional”. Consiste en someterse a las reglas, expectativas y convenciones de la sociedad, porque son las de la propia sociedad.

            Estadio 3: Orientación hacia la concordancia (el buen chico). Se considera bueno lo que gusta o ayuda a los demás y es aprobado por ellos. Conformidad con los “modelos” colectivos. La conducta se juzga en este estadio según la intención. La razón para hacer lo correcto es la necesidad de ser considerado bueno por sí mismo y por los demás. Se busca la aprobación de los otros, complacerlos. Lo importante es dar buena  impresión y tener buenas relaciones con los demás, la gente cercana (familia, compañeros, profesores,…). “Es lo que esperan de mí” “No quiero defraudarlos”.

            Estadio 4: Orientación hacia la ley y el orden. La conducta correcta consiste en que cada uno cumpla con su deber, respete a la autoridad y mantenga el orden establecido.  El individuo ese capaz de asumir el punto de vista de la sociedad en general. Se defienden las leyes y la sociedad en su conjunto". Me basta saber que he cumplido con mi deber” “Si no actuamos así, sería una catástrofe”.

Tercer Nivel: Postconvencional

Hay un esfuerzo por definir valores y principios de validez universal, es decir, por encima de las convenciones sociales y de las personas que son autoridad en los grupos. El valor moral reside en la conformidad con esos principios Las decisiones morales son autónomas y se generan a partir de derechos, valores o principios que podrían ser aceptados por todos, ya que son justos y beneficiosos., derechos y deberes que pueden ser universales.

            Estadio 5: Orientación legalista del consenso social. La conducta correcta se define de acuerdo con los derechos reconocidos a todos después de un examen crítico y una aceptación constitucional y democrática. Por tanto, hay que respetar las leyes, pero tras un examen crítico, que permita conciliar legalidad y moralidad (Si hay conflicto entre ambas, tiene preeminencia la moral, los principios éticos). Actitud flexible: se admite un cierto relativismo de las normas, libertad de cada uno en lo no legislado, posibilidad de cambiar las normas. “Hay que respetar los derechos de los demás”.

            Estadio 6: Orientación por principios universales éticos. Respetando todo lo del estadio anterior, sin embargo, lo recto y justo se define por la decisión de la conciencia según principios éticos auto-escogidos universales (justicia, dignidad de la persona, derechos humanos, etc.), que son aquellos que toda la humanidad podría seguir, por su imparcialidad y beneficio general. “Esto es lo justo” “Lo exige la dignidad del ser humano”.

 

L A AUTOESTIMA

Aunque el término autoestima es algo relativamente moderno, algunos autores lo definen como:

La disposición a sentirse competente para hacer frente a los desafíos de la vida y sentirse merecedor de la felicidad.

La Autoestima plenamente consumada, es la experiencia fundamental de que podemos llevar una vida digna, significativa y cumplir sus exigencias, más concretamente podemos decir que la autoestima fortalece:

La confianza en nuestra capacidad de pensar, de enfrentarnos a los desafíos de la vida. La certeza de conseguir el triunfo y a ser felices, el sentimiento de ser respetables, de ser dignos y de tener derecho a cubrir nuestras necesidades y carencias, a alcanzar nuestros propios principios morales y a gozar del fruto de nuestros esfuerzos.

 ELEMENTOS QUE INTEGRAN LA AUTOESTIMA.

La eficacia personal significa confianza en el funcionamiento de nuestra mente, capacidad de pensar y entender, para aprender, para elegir y tomar decisiones; confianza para entender los hechos de la vida que entran en el ámbito de nuestros intereses y necesidades, el tener confianza en uno mismo.

El respeto a uno mismo: significa el sentimiento de certeza que tengo en mi valía personal; es una actitud positiva hacia el derecho de vivir y de ser feliz; la satisfacción al reafirmar de forma apropiada mis pensamientos, deseos y necesidades; la certeza de que la alegría y la satisfacción son derechos innatos naturales

 

¿PORQUÉ ES TAN IMPORTANTE LA AUTOESTIMA SOBRE TODO PARA EL ADOLESCENTE?

“El autoconocimiento y la autoestima juegan un importante papel en la vida de las personas. Los éxitos y fracasos, la satisfacción de uno mismo, el bienestar psíquico y el conjunto de relaciones sociales llevan su sello.

Tener un autoconcepto y una autoestima positiva es de la mayor importancia para la vida personal, profesional y social.

Tener un autoconcepto y una autoestima positiva es de la mayor importancia para la vida personal, profesional y social.

El autoconcepto favorece el sentido de la propia identidad, constituye un marco de referencia desde el que interpretar la realidad externa y las propias experiencias, influye en el rendimiento, condiciona las experiencias, influye en el rendimiento, condiciona las expectativas y la motivación, contribuye a la salud y al equilibrio psíquico.” 

En la adolescencia es donde se presentan más altibajos de la autoestima por los cambios y emociones que se experimentan en ella. En ella puede recuperar, aclarar y fortalecer su autoestima. Dándole apoyo, comprensión, respeto, ayuda y cariño se facilitará la superación de esta difícil etapa.

 

 

 

CÓMO SE DESARROLLA

Erikson habla de ocho etapas por las que atraviesa el hombre en su proceso de vida. Las edades varían según el ambiente en que se desarrolle, este esquema tiene ciertas similitudes con la teoría Psicodinámica.

Para el paso de una etapa a otra se vive una crisis; suele ir acompañada de depresión y ansiedad, ya que es dejar algo seguro conocido; por algo incierto y desconocido:

 

INTELIGENCIA EMOCIONAL DE DANIEL GOLEMAN


La inteligencia emocional es la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos. El término fue popularizado por Daniel Goleman, con su célebre libro: Emotional Intelligence, publicado el 20 de enero de 1995. Goleman estima que la inteligencia emocional se puede organizar en cinco capacidades: conocer las emociones y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, crear la propia motivación, y gestionar las relaciones.

 

El uso más lejano de un concepto similar al de inteligencia emocional se remonta a Charles Darwin, que indicó en sus trabajos la importancia de la expresión emocional para la supervivencia y la adaptación. Aunque las definiciones tradicionales de inteligencia hacen hincapié en los aspectos cognitivos, tales como la memoria y la capacidad de resolver problemas, varios influyentes investigadores en el ámbito del estudio de la inteligencia comienzan a reconocer la importancia de la ausencia de aspectos cognitivos. Thorndike, en 1920, utilizó el término inteligencia social para describir la habilidad de comprender y motivar a otras personas. David Wechsler en 1940, describe la influencia de factores no intelectivos sobre el comportamiento inteligente, y sostiene, además, que nuestros modelos de inteligencia no serán completos hasta que no puedan describir adecuadamente estos factores.

En 1983, Howard Gardner, en su Teoría de las inteligencias múltiples Frames of Mind: The Theory of Multiple Intelligences introdujo la idea de incluir tanto la inteligencia interpersonal (la capacidad para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de otras personas) y la inteligencia intrapersonal (la capacidad para comprenderse uno mismo, apreciar los sentimientos, temores y motivaciones propios). Para Gardner, los indicadores de inteligencia, como el CI, no explican plenamente la capacidad cognitiva. Por lo tanto, aunque los nombres dados al concepto han variado, existe una creencia común de que las definiciones tradicionales de inteligencia no dan una explicación exhaustiva de sus características.

El primer uso del término inteligencia emocional generalmente es atribuido a Wayne Payne, citado en su tesis doctoral: Un estudio de las emociones: El desarrollo de la inteligencia emocional, de 1985. Sin embargo, el término "inteligencia emocional" había aparecido antes en textos de Leuner (1966). Greenspan también presentó en 1989 un modelo de IE, seguido por Salovey y Mayer (1990) y Goleman (1995).

y relevancia de las emociones en los resultados del trabajo, la investigación sobre el tema siguió ganando impulso, pero no fue hasta la publicación del célebre libro de Daniel Goleman: Inteligencia Emocional: ¿Por qué puede importar más que el concepto de cociente intelectual?, que se convirtió en muy popular. Un relevante artículo de Nancy Gibbs en la revista Time, en 1995, del libro de Goleman fue el primer medio de comunicación interesado en la IE. Posteriormente, los artículos de la IE comenzaron a aparecer cada vez con mayor frecuencia a través de una amplia gama de entidades académicas y puntos de venta populares.

Aspectos biológicos



 

Imagen esquemática del cerebro.

Para comprender el gran poder de las emociones sobre la mente pensante —y la causa del frecuente conflicto existente entre los sentimientos y la razón— debemos considerar la forma en que ha evolucionado el cerebro.

La región más primitiva del cerebro es el tronco encefálico, que regula las funciones vitales básicas, como la respiración o el metabolismo, y lo compartimos con todas aquellas especies que disponen de sistema nervioso, aunque sea muy rudimentario. De este cerebro primitivo emergieron los centros emocionales que, millones de años más tarde, dieron lugar al cerebro pensante: el neocórtex. El hecho de que el cerebro emocional sea muy anterior al racional y que éste sea una derivación de aquél, revela con claridad las auténticas relaciones existentes entre el pensamiento y el sentimiento.

El neocórtex permite un aumento de la sutileza y la complejidad de la vida emocional, aunque no gobierna la totalidad de la vida emocional porque, en estos asuntos, delega su cometido en el sistema límbico. Esto es lo que confiere a los centros de la emoción un poder extraordinario para influir en el funcionamiento global del cerebro, incluyendo a los centros del pensamiento

La sede de las pasiones


 

Imagen anatómica del cerebro.

La amígdala cerebral y el hipocampo fueron dos piezas clave del primitivo «cerebro olfativo» que, a lo largo del proceso evolutivo, terminó dando origen al córtex y posteriormente al neocórtex. La amígdala está especializada en las cuestiones emocionales y se la considera una estructura límbica muy ligada a los procesos del aprendizaje y la memoria. Constituye una especie de depósito de la memoria emocional. Es la encargada de activar la secreción de dosis masivas de noradrenalina, que estimula los sentidos y pone al cerebro en estado de alerta.

LeDoux descubrió que la primera zona cerebral por la que pasan las señales sensoriales procedentes de los ojos o de los oídos es el tálamo y, a partir de ahí y a través de una sola sinapsis, la amígdala. Otra vía procedente del tálamo lleva la señal hasta el neocórtex —el cerebro pensante—, permitiendo que la amígdala comience a responder antes de que el neocórtex haya ponderado la información.[ Según LeDoux: «anatómicamente hablando, el sistema emocional puede actuar independientemente del neocórtex. Existen ciertas reacciones y recuerdos emocionales que tienen lugar sin la menor participación cognitiva consciente».

La memoria emocional

Las opiniones inconscientes son recuerdos emocionales que se almacenan en la amígdala. El hipocampo registra los hechos puros, y la amígdala es la encargada de registrar el «clima emocional» que acompaña a estos hechos. Para LeDoux: «el hipocampo es una estructura fundamental para reconocer un rostro como el de su prima, pero es la amígdala la que le agrega el clima emocional de que no parece tenerla en mucha estima». Esto significa que el cerebro dispone de dos sistemas de registro, uno para los hechos ordinarios y otro para los recuerdos con una intensa carga emocional.

Un sistema de alarma anticuado

En el cambiante mundo social, uno de los inconvenientes de este sistema de alarma neuronal es que, con más frecuencia de la deseable, el mensaje de urgencia mandado por la amígdala suele ser obsoleto. La amígdala examina la experiencia presente y la compara con lo que sucedió en el pasado, utilizando un método asociativo, equiparando situaciones por el mero hecho de compartir unos pocos rasgos característicos similares, haciendo reaccionar con respuestas que fueron grabadas mucho tiempo atrás, a veces obsoletas.

En opinión de LeDoux, la interacción entre el niño y sus cuidadores durante los primeros años de vida constituye un auténtico aprendizaje emocional, y es tan poderoso y resulta tan difícil de comprender para el adulto porque está grabado en la amígdala con la tosca impronta no verbal propia de la vida emocional. Lo que explica el desconcierto ante nuestros propios estallidos emocionales es que suelen datar de un período tan temprano que las cosas nos desconcertaban y ni siquiera disponíamos de palabras para comprender lo que sucedía.

Cuando las emociones son rápidas y toscas

La importancia evolutiva de ofrecer una respuesta rápida que permitiera ganar unos milisegundos críticos ante las situaciones peligrosas, es muy probable que salvaran la vida de muchos de nuestros antepasados, porque esa configuración ha quedado impresa en el cerebro de todo protomamifero, incluyendo los humanos. Para LeDoux: «El rudimentario cerebro menor de los mamíferos es el principal cerebro de los no mamíferos, un cerebro que permite una respuesta emocional muy veloz. Pero, aunque veloz, se trata también, al mismo tiempo, de una respuesta muy tosca, porque las células implicadas sólo permiten un procesamiento rápido, pero también impreciso», y estas rudimentarias confusiones emocionales —basadas en sentir antes que en pensar— son las «emociones precognitivas»

El gestor de las emociones

La amígdala prepara una reacción emocional ansiosa e impulsiva, pero otra parte del cerebro se encarga de elaborar una respuesta más adecuada. El regulador cerebral que desconecta los impulsos de la amígdala parece encontrarse en el extremo de una vía nerviosa que va al neocórtex, en el lóbulo prefrontal. El área prefrontal constituye una especie de modulador de las respuestas proporcionadas por la amígdala y otras regiones del sistema límbico, permitiendo la emisión de una respuesta más analítica y proporcionada. El lóbulo prefrontal izquierdo parece formar parte de un circuito que se encarga de desconectar —o atenuar parcialmente— los impulsos emocionales más perturbadores.


 

Vandalismos en forma de pintadas. El vandalismo en wikis es otro ejemplo de actuación con perturbación emocional.

Armonizando emoción y pensamiento

Las conexiones existentes entre la amígdala (y las estructuras límbicas) y el neocórtex constituyen el centro de gestión entre los pensamientos y los sentimientos. Esta vía nerviosa explicaría el motivo por el cual la emoción es fundamental para pensar eficazmente, tomar decisiones inteligentes y permitimos pensar con claridad. La corteza prefrontal es la región cerebral que se encarga de la «memoria de trabajo».

Cuando estamos emocionalmente perturbados, solemos decir que «no podemos pensar bien» y permite explicar por qué la tensión emocional prolongada puede obstaculizar las facultades intelectuales del niño y dificultar así su capacidad de aprendizaje. Los niños impulsivos y ansiosos, a menudo desorganizados y problemáticos, parecen tener un escaso control prefrontal sobre sus impulsos límbicos. Este tipo de niños presenta un elevado riesgo de problemas de fracaso escolar, alcoholismo y delincuencia, pero no tanto porque su potencial intelectual sea bajo sino porque su control sobre su vida emocional se halla severamente restringido.

Las emociones son importantes para el ejercicio de la razón. Entre el sentir y el pensar, la emoción guía nuestras decisiones, trabajando con la mente racional y capacitando —o incapacitando— al pensamiento mismo. Del mismo modo, el cerebro pensante desempeña un papel fundamental en nuestras emociones, exceptuando aquellos momentos en los que las emociones se desbordan y el cerebro emocional asume por completo el control de la situación. En cierto modo, tenemos dos cerebros y dos clases diferentes de inteligencia: la inteligencia racional y la inteligencia emocional y nuestro funcionamiento vital está determinado por ambos.

Daniel Goleman, psicólogo norteamericano, bajo el término de "Inteligencia Emocional" recoge el pensamiento de numerosos científicos del comportamiento humano que cuestionan el valor de la inteligencia racional como predictor de éxito en las tareas concretas de la vida, en los diversos ámbitos de la familia, los negocios, la toma de decisiones, el desempeño profesional, etc. Citando numerosos estudios Goleman concluye que el Coeficiente Intelectual no es un buen predictor del desempeño exitoso. La inteligencia pura no garantiza un buen manejo de las vicisitudes que se presentan y que es necesario enfrentar para tener éxito en la vida.

La Inteligencia Académica tiene poco que ver con la vida emocional, las personas más inteligentes pueden hundirse en los peligros de pasiones desenfrenadas o impulsos incontrolables. Existen otros factores como la capacidad de motivarse y persistir frente a decepciones, controlar el impulso, regular el humor, evitar que los trastornos disminuyan la capacidad de pensar, mostrar empatía, etc., que constituyen un tipo de Inteligencia distinta a la Racional y que influyen más significativamente en el desempeño en la vida.

El concepto de "Inteligencia Emocional" enfatiza el papel preponderante que ejercen las emociones dentro del funcionamiento psicológico de una persona cuando ésta se ve enfrentada a momentos difíciles y tareas importantes: los peligros, las pérdidas dolorosas, la persistencia hacia una meta a pesar de los fracasos, el enfrentar riesgos, los conflictos con un compañero en el trabajo. En todas estas situaciones hay una involucración emocional que puede resultar en una acción que culmine de modo exitoso o bien interferir negativamente en el desempeño final. Cada emoción ofrece una disposición definida a la acción, de manera que el repertorio emocional de la persona y su forma de operar influirá decisivamente en el éxito o fracaso que obtenga en las tareas que emprenda.

Este conjunto de habilidades de carácter socio-emocional es lo que Goleman definió como Inteligencia Emocional. Esta puede dividirse en dos áreas:

Inteligencia Intra-personal: Capacidad de formar un modelo realista y preciso de uno mismo, teniendo acceso a los propios sentimientos, y usarlos como guías en la conducta.

Inteligencia Inter-personal: Capacidad de comprender a los demás; qué los motiva, cómo operan, cómo relacionarse adecuadamente. Capacidad de reconocer y reaccionar ante el humor, el temperamento y las emociones de los otros.

 La naturaleza de la inteligencia emocional


Las características de la llamada inteligencia emocional son: la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y la capacidad de empatizar y confiar en los demás.

Medición de la inteligencia emocional y el CI

No existe un test capaz de determinar el «grado de inteligencia emocional», a diferencia de lo que ocurre con los test que miden el cociente intelectual (CI). Jack Block, psicólogo de la universidad de Berkeley, ha utilizado una medida similar a la inteligencia emocional que él denomina «capacidad adaptativa del ego», estableciendo dos tipos teóricamente puros, aunque los rasgos más sobresalientes difieren ligeramente entre mujeres y hombres:

«Los hombres que poseen una elevada inteligencia emocional suelen ser socialmente equilibrados, extrovertidos, alegres, poco predispuestos a la timidez y a rumiar sus preocupaciones. Demuestran estar dotados de una notable capacidad para comprometerse con las causas y las personas, suelen adoptar responsabilidades, mantienen una visión ética de la vida y son afables y cariñosos en sus relaciones. Su vida emocional es rica y apropiada; se sienten, en suma, a gusto consigo mismos, con sus semejantes y con el universo social en el que viven».

«Las mujeres emocionalmente inteligentes tienden a ser enérgicas y a expresar sus sentimientos sin ambages, tienen una visión positiva de sí mismas y para ellas la vida siempre tiene un sentido. Al igual que ocurre con los hombres, suelen ser abiertas y sociables, expresan sus sentimientos adecuadamente (en lugar de entregarse a arranques emocionales de los que posteriormente tengan que lamentarse) y soportan bien la tensión. Su equilibrio social les permite hacer rápidamente nuevas amistades; se sienten lo bastante a gusto consigo mismas como para mostrarse alegres, espontáneas y abiertas a las experiencias sensuales. Y, a diferencia de lo que ocurre con el tipo puro de mujer con un elevado CI, raramente se sienten ansiosas, culpables o se ahogan en sus preocupaciones».

«Los hombres con un elevado CI se caracterizan por una amplia gama de intereses y habilidades intelectuales y suelen ser ambiciosos, productivos, predecibles, tenaces y poco dados a reparar en sus propias necesidades. Tienden a ser críticos, condescendientes, aprensivos, inhibidos, a sentirse incómodos con la sexualidad y las experiencias sensoriales en general y son poco expresivos, distantes y emocionalmente fríos y tranquilos».

«La mujer con un elevado CI manifiesta una previsible confianza intelectual, es capaz de expresar claramente sus pensamientos, valora las cuestiones teóricas y presenta un amplio abanico de intereses estéticos e intelectuales. También tiende a ser introspectiva, predispuesta a la ansiedad, a la preocupación y la culpabilidad, y se muestra poco dispuesta a expresar públicamente su enfado (aunque pueda expresarlo de un modo indirecto)».

Estos retratos, obviamente, resultan caricaturescos pues toda persona es el resultado de la combinación entre el CI y la inteligencia emocional, en distintas proporciones, pero ofrecen una visión muy instructiva del tipo de aptitudes específicas que ambas dimensiones pueden aportar al conjunto de cualidades que constituye una persona. [25

Pirámide de Maslow


La Pirámide de Maslow es una teoría psicológica propuesta por Abraham Maslow en su obra: Una teoría sobre la motivación humana (en inglés, A Theory of Human Motivación) de 1943, que posteriormente amplió. Maslow formula en su teoría una jerarquía de necesidades humanas y defiende que conforme se satisfacen las necesidades más básicas (parte inferior de la pirámide), los seres humanos desarrollan necesidades y deseos más elevados (parte superior de la pirámide).


 

Pirámide de Maslow: jerarquía de necesidades.


Jerarquía de necesidades de Maslow


La escala de las necesidades de Maslow se describe a menudo como una pirámide que consta de cinco niveles: los cuatro primeros niveles pueden ser agrupados como «necesidades de déficit» (déficit needs o D-needs); al nivel superior lo denominó «autorrealización», «motivación de crecimiento», o «necesidad de ser» (Bering needs o B-needs). «La diferencia estriba en que mientras las necesidades de déficit pueden ser satisfechas, la necesidad de ser es una fuerza impelente continua».

La idea básica de esta jerarquía es que las necesidades más altas ocupan nuestra atención sólo cuando se han satisfecho las necesidades inferiores de la pirámide. Las fuerzas de crecimiento dan lugar a un movimiento ascendente en la jerarquía, mientras que las fuerzas regresivas empujan las necesidades prepotentes hacia abajo en la jerarquía. Según la pirámide de Maslow dispondríamos de:

Necesidades básicas


Son necesidades fisiológicas básicas para mantener la homeostasis (referente a la salud); dentro de estas, las más evidentes son:

  • Necesidad de respirar, beber agua, y alimentarse.
  • Necesidad de mantener el equilibrio del pH y la temperatura corporal.
  • Necesidad de dormir, descansar y eliminar los desechos.
  • Necesidad de evitar el dolor.
  • Necesidad de amar y ser amado.

Necesidades de seguridad y protección


Estas surgen cuando las necesidades fisiológicas se mantienen compensadas. Son las necesidades de sentirse seguro y protegido; incluso desarrollar ciertos límites en cuanto al orden. Dentro de ellas se encuentran:

  • Seguridad física y de salud.
  • Seguridad de empleo, de ingresos y recursos.
  • Seguridad moral, familiar y de propiedad privada.

 Necesidades de afiliación y afecto


Están relacionadas con el desarrollo afectivo del individuo, son las necesidades de asociación, participación y aceptación. Se satisfacen mediante las funciones de servicios y prestaciones que incluyen actividades deportivas, culturales y recreativas. El ser humano por naturaleza siente la necesidad de relacionarse, ser parte de una comunidad, de agruparse en familias, con amistades o en organizaciones sociales. Entre estas se encuentran: la amistad, el compañerismo, el afecto y el amor. Estas se forman a partir del esquema social.

Necesidades de estima


Maslow describió dos tipos de necesidades de estima, una alta y otra baja.

  • La estima alta concierne a la necesidad del respeto a uno mismo, e incluye sentimientos tales como confianza, competencia, maestría, logros, independencia y libertad.

  • La estima baja concierne al respeto de las demás personas: la necesidad de atención, aprecio, reconocimiento, reputación, estatus, dignidad, fama, gloria, e incluso dominio.

La merma de estas necesidades se refleja en una baja autoestima y el complejo de inferioridad.

Autorrealización o autoactualización


Este último nivel es algo diferente y Maslow utilizó varios términos para denominarlo: «motivación de crecimiento», «necesidad de ser» y «autorrealización».

Son las necesidades más elevadas, se hallan en la cima de la jerarquía, y a través de su satisfacción, se encuentra un sentido a la vida mediante el desarrollo potencial de una actividad. Se llega a ésta cuando todos los niveles anteriores han sido alcanzados y completados, al menos, hasta cierto punto.

 

Personas autorrealizadas

Maslow consideró autorrealizados a un grupo de personajes históricos que estimaba cumplían dichos criterios: Abraham Lincoln, Thomas Jefferson, Mahatma Gandhi, Albert Einstein, Eleanor Roosevelt, William James, entre otros.

Maslow dedujo de sus biografías, escritos y actividades, una serie de cualidades similares; estimaba que eran personas:

  • centradas en la realidad, que sabían diferenciar lo falso o ficticio de lo real y genuino;
  • centradas en los problemas, que enfrentan los problemas en virtud de sus soluciones;
  • con una percepción diferente de los significados y los fines.

En sus relaciones con los demás, eran personas:

  • con necesidad de privacidad, sintiéndose cómodos en esta situación;
  • independientes de la cultura y el entorno dominante, basándose más en experiencias y juicios propios;
  • resistentes a la enculturación, pues no eran susceptibles a la presión social; eran inconformistas;
  • con sentido del humor no hostil, prefiriendo bromas de sí mismos o de la condición humana;
  • buena aceptación de sí mismo y de los demás, tal como eran, no pretenciosos ni artificiales;
  • frescura en la apreciación, creativos, inventivos y originales;
  • con tendencia a vivir con más intensidad las experiencias que el resto de la humanidad.

Metanecesidades y metapatologías


Maslow también aborda de otra forma la problemática de lo que es autorrealización, hablando de las necesidades impulsivas, y comenta lo que se necesitaba para ser feliz: verdad, bondad, belleza, unidad, integridad y trascendencia de los opuestos, vitalidad, singularidad, perfección y necesidad, realización, justicia y orden, simplicidad, riqueza ambiental, fortaleza, sentido lúdico, autosuficiencia, y búsqueda de lo significativo.

Cuando no se colman las necesidades de autorrealización, surgen las metapatologías, cuya lista es complementaria y tan extensa como la de metanecesidades. Aflora entonces cierto grado de cinismo, los disgustos, la depresión, la invalidez emocional y la alienación.

 Características generales de la teoría de Maslow

  • Sólo las necesidades no satisfechas influyen en el comportamiento de las personas, pero la necesidad satisfecha no genera comportamiento alguno.
  • Las necesidades fisiológicas nacen con la persona, el resto de las necesidades surgen con el transcurso del tiempo.
  • A medida que la persona logra controlar sus necesidades básicas aparecen gradualmente necesidades de orden superior; no todos los individuos sienten necesidades de autorrealización, debido a que es una conquista individual.
  • Las necesidades más elevadas no surgen en la medida en que las más bajas van siendo satisfechas. Pueden ser concomitantes pero las básicas predominarán sobre las superiores.
  • Las necesidades básicas requieren para su satisfacción un ciclo motivador relativamente corto, en contraposición, las necesidades superiores requieren de un ciclo más largo.

 Ciclo de proceso


Maslow definió en su pirámide las necesidades básicas del individuo de una manera jerárquica, colocando las necesidades más básicas o simples en la base de la pirámide y las más relevantes o fundamentales en la cima de la pirámide, a medida que las necesidades van siendo satisfechas o logradas surgen otras de un nivel superior o mejor. En la última fase se encuentra con la «autorrealización» que no es más que un nivel de plena felicidad o armonía.

 

DESARROLLO AFECTIVO-SOCIAL

 

Un primer presupuesto debe tenerse en cuenta al tratar del desarrollo afectivo: la continua interacción entre éste y el desarrollo cognitivo. Ambos constituyen una verdadera unidad funcional, que se expresa en la gran variedad de repertorios conductuales de cada individuo.

Una misma conducta puede ser explicada a partir del funcionamiento cognitivo y emocional, al mismo tiempo, y esta constante podría generalizarse a todas las conductas y aprendizajes, no sólo de los primeros años, sino de toda la vida. El inicio del lenguaje, por ejemplo, supone, desde el punto de vista cognitivo que se dé el desarrollo de la función simbólica; pero esa condición  no es suficiente para que el niño aprenda a hablar. Es necesario un interlocutor humano válido que se motive a comunicarse; en aquel  momento, el interlocutor válido será sin duda la persona con quien el niño se siente vinculado afectivamente.

En una edad mucho más avanzada, por ejemplo, alrededor de los 5 o 6 años, momento en que el niño se inicia en el aprendizaje de la lectura, se ve que aunque en proporción distinta, siguen teniendo valor explicativo las mismas variables(interacción aspectos cognitivo y afectivo); o sea que, en esta situación, el aprendizaje será posible, impedido o interferido según el nivel de desarrollo cognitivo y según la interrelación entre el  niño y el educador, o simplemente según el estado de ánimo del niño.

No sólo por comodidad teórica aparecen generalmente separadas las descripciones referentes a los aspectos cognitivos y a los afectivos. En efecto, ambos aspectos se rigen por sistemas de organización y de evolución que no son idénticos. De ahí la dificultad, no superada dentro de la psicología evolutiva, que surge al tratar de encontrar coincidencias entre modelos teóricos que explican el desarrollo cognitivo y los que explican el desarrollo emocional, o al intentar relacionar las etapas evolutivas descritas por uno y otro modelo. Tal es el caso de las teorías piagetiana y psicoanalítica, entre las cuales se han intentado múltiples conexiones.

Al principio se  mencionaba la interacción entre los esquemas cognitivos y afectivos, pero esta afirmación debe tener en cuenta que interacción no supone identidad, sino más bien relación entre realidades o categorías distintas. Tal es el caso de las realidades cognitiva y afectiva, que se han de tratar salvando sus peculiaridades y evitando cualquier reduccionismo.

Desde el punto de vista de la progresión evolutiva, aparece una primera distinción entre ambos desarrollos. Mientras que las estructuras cognitivas evolucionan en un sentido progresivo –la aparición de los estadios sigue una sucesión genética fija-, el desarrollo afectivo no sigue un proceso tan lineal. En este terreno, son mucho más frecuentes los movimientos de progresión y regresión, que coexisten a su vez en un mismo estadio cognitivo. No resulta extraño observar reacciones emocionales típicas de los primeros años en edades más avanzadas.

Por ejemplo, la conducta oposicionista, más propia de los 2 años, puede reaparecer fácilmente en edades posteriores como reacción ante una frustración. Los temores a estar solo o a los animales, que serían normales en los primeros años, pueden constituirse a cualquier edad en conductas estables (síntomas), las cuales coexisten con funcionamientos personales y cognitivos propios de la edad cronológica del sujeto.

El proceso de maduración significa una integración cada vez más funcional entre ambas estructuras. Cuando se accede a la representación mental y más especialmente al pensamiento verbal, las emociones quedan articuladas a estas capacidades y poseen, por tanto, un correlato cognitivo.

Si se imagina, a título de ejemplo, el primer día de escolarización de un niño de 3 años, no sorprenderá su reacción desconsolada ante la separación de su madre. No entiende la situación y su falta de orientación espacio-temporal no le permite comprender que la separación será sólo transitoria. Le falta, pues, el encuadre cognitivo para comprender la experiencia. Si se plantea una situación parecida, por ejemplo el primer día de colonias de verano para un niño de 8 años, éste podrá hacer frente a la separación con mucha mayor probabilidad. Permitirá que sus padres se vayan y entenderá perfectamente el periodo de tiempo que va a transcurrir hasta su reencuentro. No se trata de que el temor haya desaparecido, el niño puede sentirse intranquilo, incluso angustiado, pero estos estados emocionales serán mejor contenidos por sus recursos cognitivos, que le facilitan un mayor análisis y comprensión de los hechos y le permiten recurrir a sus experiencias personales  previas de separación y reencuentro.

El registro, en términos de pensamiento verbal de su propia vivencia de temor, le puede permitir, posteriormente, explicarlo a su madre, aunque sea en tono de queja. La capacidad para “traducir” las experiencias emocionales en pensamiento conlleva la posibilidad de mayor control y contención, y supone una mayor integración y articulación entre emociones, pensamiento y experiencias. En esto consiste el reto de la maduración personal.

Aunque nadie discute que el individuo es un ser social por naturaleza, sí ha resultado cuando menos discutible la misma idea de socialización. Encontramos estudiosos relevantes del campo evolutivo que manifiestan que en el recién nacido existe un máximo de socialización, siguiendo la misma un progreso regresivo. Por el contrario otros manifiestan que el proceso de socialización es progresivo y que la misma se adquiere ya a una edad avanzada. Entre los primeros encontramos a Buhler, que señala el recién nacido como ser profundamente social, mostrando sus primeros llantos como gritos de llamada que poco a poco van diferenciándose y sirviendo para establecer contactos con quienes les rodean, asimismo, la sonrisa es para ella una clara muestra de contacto social.

Otros autores, como Piaget, manifiestan que el niño inicialmente sólo se conoce a sí mismo, encerrado en su caparazón autista, evolucionando con posterioridad hacia un egocentrismo que tendrá cada vez más influencias del exterior, no ignorando lo que le rodea –aunque él siga siendo el centro-. Más adelante aprenderá a descubrir a los otros, no como seres dispuestos a satisfacer sus deseos, sino como semejantes que lo consideran  uno más.

Wallon no cree que el concepto social aparezca en el niño en una determinada edad. Explica que el niño inicialmente se encuentra en un individualismo feroz, y aunque algunos crean que el niño cuando nace no es un ser social, Wallon sí cree que está plenamente volcado hacia ella.

Desde que un niño nace da muestras de necesitar de los demás, aunque sólo sea a través de la búsqueda de alimento que pueda garantizar su supervivencia, pasando posteriormente por conductas de apego que implican repertorios comunicativos elementales, para dar lugar más adelante a conocerse así mismo a través del conocimiento de los otros y desembocando, finalmente, en un proceso de adaptación que implica vivir con los demás. Solamente podemos concebir al ser humano como ser social si es capaz de dar satisfacción a esa necesidad de comunicación, independientemente de que su objetivo sea la supervivencia, la manifestación de su Yo como diferente al de los demás o el simple placer de enriquecer y enriquecerse de las experiencias del otro.

La socialización es un componente esencial, sobre todo en los primeros momentos de vida, por cuanto la dependencia que se crea en un niño que es capaz de aprender  y que está orientado a la búsqueda de estímulos sociales va a condicionar la personalidad futura y las interacciones sociales del individuo. Dos vínculos afectivos básicos son la conducta de apego y la amistad.

 

 

 

SOCIALIZACIÓN Y RELACIONES AFECTIVAS DE 0-3 AÑOS

 

El concepto de apego.

Parece claro que los primeros lazos afectivos que se gestan entre el niño y sus cuidadores (generalmente padres) sirven de prototipo a la hora de establecer relaciones afectivas en edades posteriores e influyen de forma decisiva en la eficacia con que, más tarde, padres e hijos logran influirse mutuamente y mostrar conductas sociales adaptativas.

El concepto de apego adquiere así una relevancia especial. Se denomina apego al conjunto de conductas que se observan fundamentalmente a lo largo del primer año de vida y que lleva al niño a buscar y mantener contacto directo con los adultos y recibir de ellos gratificación emocional. Se consideran indicadores de la existencia de apego conductas observables, tales como: el llanto al separarse de la madre, la búsqueda de contacto físico, la reducción del malestar o ansiedad en presencia de la madre, las sonrisas y las miradas de ésta, etc.

Históricamente, el apego del niño a la madre ha sido considerado como una condición necesaria para un desarrollo emocional sano, que puede afectar a la conducta, incluso, en la edad adulta. Más recientemente, se ha puesto una gran atención en el apego como un proceso transaccional, en el que el vínculo de la madre al niño puede influir en la capacidad de éste para establecer un apego con la madre.

La importancia de la relación entre el niño y la madre ha sido tradicionalmente tratada desde la perspectiva de la teoría psicoanalítica Freud y sus seguidores indicaron que una relación afectuosa, de aceptación y gratificación de las necesidades entre el niño y la madre era necesaria para un desarrollo emocional sano en los niños. Relacionado con ello, Spitz y colaboradores, estudiaron el denominado “síndrome del hospitalismo”, que aparecía vinculado con la privación de la relación material.

Bowlby, psiquiatra inglés, se interesó en especial por los problemas de los niños que están separados temporal o permanentemente de sus madres. Considera el apego como el establecimiento y el mantenimiento de la proximidad entre el niño y la madre. De acuerdo con Bowlby, el desarrollo del apego está mediado por tres formas de conducta que dan lugar a tres fases diferenciadas:

*      Conducta orientacional. Va desde el nacimiento hasta aproximadamente los tres meses; durante esta fase, conductas como el llanto, el rastreo visual, la sonrisa y la vocalización, regulan la cantidad de tiempo que la madre permanece con el niño. En esta fase el niño no diferencia de un modo claro unas personas de otras.

*      Conductas de señalamiento. El niño comienza a discriminar la figura de la madre y dirige las conductas de orientación y de señalamiento más a menudo hacia la madre que hacia otras personas. Esta fase, según Bowlby, generalmente dura hasta que el niño tiene 6 o 7 meses.

*      Conductas de acercamiento. El niño incorpora la locomoción en las estrategias que utilizó previamente para permanecer cerca de la madre. Además de seguir a ésta cuando se marcha, el niño muestra conductas de recibimiento cuando vuelve y comienza a utilizarla como una base para las incursiones en el ambiente, volviendo a ella cuando se asusta. Esta fase dura desde los 6 meses hasta los 3 años. Sin embargo, cuando el niño tiene más experiencia con otras personas, decrecen estas reacciones de miedo ante los extraños. Durante esta tercera fase queda completamente establecido el “sistema de conductas corregidas hacia una meta”, a través del cual el niño puede ajustar sus respuestas al poder buscar o mantener la proximidad con la madre de acuerdo a sus respuestas. Bowlby, considera este sistema o patrón global de comportamiento como la más alta forma de apego.

Mientras Bowlby puede ser considerado como un teórico en el área del apego. Ainsworth y sus colegas han proporcionado suficiente información empírica para sostener la teoría de Bowlby, Ainsworth y Wittig (1969) resumieron sus hallazgos de lo que parece ser necesario para facilitar un buen apego entre el niño y la madre. Estos autores consideraron que el contacto físico juega un papel importante, especialmente cuando la madre podía utilizar el contacto físico para aliviar la angustia del niño. El grado de sensibilidad de la madre a las señales del niño es también considerado como un elemento fundamental para el establecimiento de un apego sano. Esto implica la capacidad de la madre de sincronizar su conducta con la del niño.

La provisión de un ambiente predecible y controlado para el niño es otro ingrediente importante de la relación de apego entre la madre y el niño. Parece que la posibilidad de que el niño tenga oportunidad de explorar significa mayor adaptación.

Schaffer, psicólogo inglés, estudió la relación entre lo que denomina la figura de apego principal y la formación de apegos en torno a otra gente. Frente a lo que en principio podría suponer contradicción, en el sentido de que la primacía de un apego principal podía oscurecer loa presencia de otros al mismo nivel, se ha encontrado la presencia de varios apegos principales, por ejemplo, hacia los padres, cuidadores, o maestros. Parece, incluso, que en realidad, en los primeros meses de apego, cuanto mayor es el número de agentes con los que el niño ha adquirido este vínculo, más fuerte es el apego a la madre.

La mayoría de las madres experimentan sentimientos positivos hacia sus hijos, pero, en realidad, existen pocos casos en que se haya investigado el apego en relación con dicho afecto de la madre. Klaus y Kenwell (1976) están interesados en los efectos de la separación forzosa del niño y la madre inmediatamente después del nacimiento, que ocurre en la mayoría de los casos en los hospitales. Los resultados sugieren que los contactos sirven para ensalzar una relación recíproca más estrecha entre la madre y el niño, cuyos efectos permanecen durante tiempo. Pero también ha de señalarse que un apego extremado puede producir alteraciones o estancamientos en el desarrollo y distintos desórdenes emocionales en el niño.

Se han realizado estudios sobre el modo de relacionarse los padres con sus hijos desde una perspectiva diferencial. Encontrándose que, al contrario de lo que la costumbre podía hacer pensar, los padres son completamente activos en sus interacciones con los niños recién nacidos. En función de estos datos puede afirmarse que padres y madres son bastante activos y similares en sus conductas, en el modo de relacionarse con sus hijos, durante los primeros años de la vida del niño. Asimismo, puede afirmarse que los padres no son necesariamente menos competentes que las madres en el cuidado de los niños.

 

La amistad.

Es una característica universal de la sociedad humana. Tener amigos se considera como una adquisición social importante, un índice de competencia social y una señal de salud mental. La amistad entre compañeros es algo deferente de la popularidad. La amistad es siempre una relación entre dos personas que implica mantener contacto, compartir el  afecto, las preocupaciones y los intereses, y que está gobernada por reglas diferentes de otras relaciones sociales.

Hasta los dos años no aparecen preferencias mutuas o estables por un compañero de juego. Incluso a esa edad algunas relaciones de amistad pueden ser atípicas, indicando más un proceso de diferenciación entre figuras familiares y no familiares que entre amigos y otros compañeros de juego. Al mismo tiempo esa discriminación es un prerrequisito para el establecimiento de la amistad. Los amigos del niño preescolar son  los vecinos y compañeros de clase que le agradan y con quienes se junta frecuentemente.

La amistad se centra en torno a actividades lúdicas compartidas. Los niños se enrolan más en interacciones reforzantes y neutras con sus amigos que con otros compañeros del centro. Sin embargo, a esta edad los niños no tienen un concepto real de la mistad más allá de estos intercambios.

Incluso la amistad puede cambiarse por bienes materiales (ejemplo: “será tu amigo si me das eso”). Por consiguiente, las amistades son inestables y pueden cambiar de un día a otro. Independientemente de su duración estas amistades preescolares son importantes para el desarrollo social del niño.

En un amplio trabajo desarrollado por Gottman y Parkhusrt (1980) con niños de tres y seis años, se encontró con que la amistad desarrollado por los niños más pequeños se caracterizaba por la fantasía de los intercambios verbales, más solidaridad y más intolerancia del desacuerdo entre ambos. La amistad de los más pequeños se caracterizaba por crear un “clima de acuerdo”, mientras que los mayores eran más tolerantes con el desacuerdo. Es más difícil establecer un patrón de amistad en los niños con más de cinco años. Esto puede deberse a que ya han adquirido una forma adulta de relacionarse con los extraños. Los niños pequeños parece que actúan como si debiesen ser buenos con los amigos e intentan hacer nuevos amigos de los extraños. Los niños mayores se mantienen en posiciones intermedias, usan menos fantasías y hablan más, tanto con amigos como con extraños.

 

SOCIALIZACIÓN Y RELACIONES AFECTIVAS DE 4 A 6 AÑOS

 

Como punto de partida, se considera el momento evolutivo del niño de 4 años y su transición hasta el final de esta etapa. El funcionamiento de carácter egocéntrico es observable en todas las áreas de su actividad, si bien este egocentrismo ya se ha abierto a la socialización. Al final de esta etapa, las capacidades de cooperación y verdadero intercambio con los demás han progresado considerablemente.

El hito fundamental es el inicio de la escolaridad y la plena integración en ella. El niño sale del grupo primario familiar para integrarse al grupo social. La entrada a la realidad social más amplia representa, de alguna manera, un segundo nacimiento y, por lo tanto, un momento crítico desde el punto de vista evolutivo. Se usa el término  “crítico” en el sentido que el niño hade afrontar unas experiencias nuevas que le exigen un sobreesfuerzo y la movilización de todos sus recursos, lo que pone a prueba, hasta cierto punto, los resultados evolutivos conseguidos hasta el momento.

Al final de esta etapa, el niño ya es un individuo fundamentalmente socializado; puede tolerar una distancia muy considerable respecto al grupo familiar protector; está integrado a nuevos ambientes: no sólo la escuela, sino también grupos recreativos, deportivos, etc., pueden ser de su interés.

 

En las siguientes páginas se tratará la evolución emocional del niño desde cuatro puntos de vista:

  1. El concepto de sí mismo.
  2. La familia.
  3. La escuela.
  4. Los compañeros.

 

A la edad de 4 años, el niño ha conseguido una conciencia de sí mismo bastante desarrollada. Puede presentar su identidad en términos de nombre y edad e identificar determinadas conductas y atributos como propios de su sexo o del contrario; por ejemplo, determinados juegos, juguetes o indumentaria. La construcción de la propia identidad es un largo proceso que parte de una total indiferenciación entre el niño y su entorno. Durante los primeros meses, vive totalmente confundido con los estímulos que percibe, sean éstos de procedencia externa o interna.

La primera noción de sí mismo aparece al tiempo que descubre a la madre –o cuidador sustituto- como persona. No obstante, el niño no se siente ni se reconoce como alguien completamente distinto de la madre, sino que, hasta cierto punto, se confunde con ella. Cuando la madre acude a resolver sus necesidades, esta acción no es atribuida, por parte del niño, a alguien independiente de él. No hay diferenciación entre los efectos que proceden del exterior y los que proceden de sí mismo. Las relaciones de causalidad, en el sentido propiamente lógico, se desconocen.

Durante los primeros meses, el niño vive en una cierta dualidad confusa con la madre, denominada etapa simbiótica por Mahler. Winnicott habla de la vivencia ilusoria en la que debe estar sumergido el bebé cuando comprueba que sus necesidades y deseos se gratifican, pero todavía no reconoce a la madre como alguien que se ocupa de él. No localiza la gratificación como una procedencia exterior, sino más bien como una cierta inercia propia. Se trata, por tanto, de un mundo de funcionamiento mágico, que corresponde a este egocentrismo citado anteriormente: los sujetos actuantes no son reconocidos como tales y todo se reduce a la acción propia.

A grandes rasgos, hasta llegar a los 4 años, el proceso de diferenciación e identidad puede reducirse a tres puntos culminantes. En primer lugar, el reconocimiento de la madre como persona, lo cual puede detectarse cuando el niño llora y rechaza a los extraños, en tanto  que sus reclamos en forma de lloros o sonrisas se dirigen muy específicamente a recuperar la presencia de la madre. Esta conducta puede observarse alrededor de los 8 meses. El segundo momento significativo se refiere a la aparición de la capacidad consciente de oponerse, que se expresa con el uso de la negación y las conductas oposicionistas típicas del segundo año. El tercer indicador se sitúa alrededor de los 24-30 meses de edad, con el uso del pronombre “yo”, del posesivo “mío” y de su propio nombre. A los 2 años, ya se ha establecido la identidad y denominación del género sexual “niño”, “niña”.

A los 4 años, la experiencia y las capacidades cognitivas y verbales han permitido la consolidación y ampliación de las atribuciones que hacen referencia a su identidad. Reconoce sus grupos de pertenencia, familia y escuela, y se sitúa en ellos; sabe lo que se espera de él en casa, en la escuela y entre los compañeros.

Las preguntas sobre su origen y el de las cosas, que aparecen insistentemente a esta edad, son del estilo “de dónde vienen los niños”, “dónde estaba él antes”. Con posterioridad, aparecen las cuestiones acerca del “cómo se hizo el niño dentro de la mamá” o “cómo” salió de ella. La respuesta del adulto debería llegar donde llega la pregunta del niño, sin extenderse en explicaciones demasiado detalladas que no son asimilables en aquel momento. Las preguntas sobre el origen propio y de las cosas se van repitiendo durante esta etapa, de forma cada vez más elaborada, exigiendo también respuestas más completas. Ante la pregunta de dónde salen los niños, a los 6 años ya no se conformará, como a los 4, con que se le diga que salen de la barriga de mamá. Indagará el cómo y de qué manera, además de pedir explicaciones sobre el papel del padre.

Todas estas preguntas, que van a la par con el progreso cognitivo y general del niño, con un claro indicio del aumento de conciencia de sí mismo. Representan los primeros cuestionamientos explícitos y reflexivos acerca de la propia identidad y volverán a retomarse en la adolescencia a un nivel mucho más elaborado.

El progreso adquirido en la capacidad de reconocerse y preguntarse no significa que la autopercepción del niño de 4 años sea del todo objetiva. La evaluación de sus capacidades, limitaciones y conductas, así como la evaluación de los otros, es altamente subjetiva y, por tanto, distorsionada. Un cierto sentimiento de omnipotencia coexiste con una gran dependencia del adulto, al que idealizan y al que acuden para resolver situaciones elementales. A estas edades, a los 4, 5 y 6 años aproximadamente, es frecuente, sobre todo en el caso de los varones que se identifiquen con personajes de gran poder o valor como Superman, y que esa identificación sea tan completa que, en determinados momentos, pueden confundirse con tales personajes. Suelen hacer declaraciones contundentes y desmesuradas acerca de su propio saber, posesiones y capacidades de todo tipo. Si se sienten cuestionados por la incredulidad de su interlocutor, desplazarán tales atribuciones fabulosas a sus padres u a otra persona que merezca admiración.  Al momento siguiente, se sentirán desvalidos frente a una tarea sencilla como, por ejemplo, atarse los zapatos, o se echarán a llorar desconsoladamente si la mamá se retrasa unos minutos en recogerlos a la salida del colegio.

Tal incongruencia responde a la incapacidad para relacionar datos que corresponden a categorías distintas o de distinto orden temporal, así como a la incapacidad para cumplir el principio lógico de “no contradicción”. Su razonamiento se centra en lo inmediato sin poder generalizar y jerarquizar los enunciados en sistemas lógicos más amplios; no establece la suficiente diferencia entre fantasía y realidad, y los rasgos mágicos y omnipotentes invaden el proceso de pensamiento, todo ello explica el tono fabulatorio que a veces tienen las explicaciones a estas edades, lo cual es distinto de lo que se pueda considerar una mentira. La mentira, a diferencia de la fabulación propia de esta etapa, supone una mayor capacidad de análisis de los datos, al extremo que la construcción engañosa conserva una coherencia y una lógica que la hacen posible y creíble. La capacidad para mentir, desde el punto de vista evolutivo, indica unas ciertas capacidades de discriminación y de independencia de los propios intereses frente a los de otro. Pero cuando la mentira se instaura como conducta compulsiva, puede ser un indicio claramente sintomático.

El paso de la fabulación a la mentira –a partir de los 4 o 5 años- puede servir como un nuevo indicador del aumento de la conciencia de sí mismo. En este tránsito, conviene tratar el sentimiento de culpabilidad, distinto del sentimiento de vergüenza, más precoz y claramente observable en el segundo año. La conciencia de culpabilidad supone un mayor grado de elaboración, en el sentido de que el niño se ha hecho ya consciente de una conducta contraria a unas normas externas, que a su vez ha interiorizado.

El proceso de interiorización de estas normas se explica de forma distinta según el modelo teórico adoptado. Los modelos basados en las teorías del aprendizaje consideran que se adoptan las conductas “reforzadas positivamente”, es decir, valoradas o premiadas. En tal caso, evitar el castigo y buscar la recompensa serían los móviles que determinarían la interiorización y el seguimiento de determinadas pautas. Las teorías del aprendizaje o modelado social enfatizan la imitación e identificación de los roles y conductas de los padres.

Las teorías cognitivistas hablan de las etapas del desarrollo del pensamiento como determinantes para la comprensión de las normas y la valoración moral de los actos. En las primeras fases de esta etapa –4, 5 años-, la valoración de las conductas propia y ajena está sometida a la opinión de las figuras de autoridad. La orden del adulto es ley e imperativo moral. Hacia el final de la etapa –7, 8 años-, las normas morales son concebidas como un criterio más independiente de la voluntad; el niño empieza a relativizar e incluso a cuestionar la figura de autoridad, apelando a las normas establecidas. Puede denunciar un trato considerado injusto, protestar frente a un castigo que considera inmerecido y argumentar acerca de su intencionalidad para justificar así sus actos.

El modelo psicoanalítico explica el sentimiento de culpabilidad como producto de la interiorización de las figuras paternas, que adquieren una entidad propia dentro del niño en forma de instancia psíquica, denominada superyó. El proceso de construcción de esta instancia se realiza a lo largo de los primeros años. En ella se van sobreponiendo percepciones muy diversas que el niño ha vivido con relación a sus progenitores, así como pulsiones innatas, que determinan también la forma en que se viven las experiencias. Entre éstas, se encuentran las versiones más primitivas que el niño ha captado de los padres.

Estas primeras percepciones son altamente distorsionadas y extremas: percepciones de bondad idealizada, que corresponden a las gratificaciones máximas, y de crueldad desproporcionada, que corresponden a la forma que tiene el niño de vivir las frustraciones. Ni unas ni otras corresponden a la realidad objetiva, sino a la subjetividad egocéntrica del niño, incapaz de juzgar ponderadamente la realidad.

El superyó se transforma con la edad y si el proceso evolutivo es adecuado, toma cada vez una versión más moderada, resultando menos acusatorio y temible, conservándose como instancia ordenadora interna y como conciencia moral.

Los mismos procesos definidos por cada una de las teorías citadas (aprendizaje, imitación de roles, evolución de las estructuras cognitivas e identificación con las figuras paternas), que han servido para explicar la noción de culpa, normativa moral y conciencia de sí mismo, sirven para explicar el proceso de adquisición de identidad en sus diversas facetas.

Por ejemplo, el juego de la niña con su muñeca puede explicarse como la consecución del aprendizaje de la conducta que se espera y se valora de ella (modelo de aprendizaje); como la imitación de un rol observado en el progenitor de su sexo (según el modelo del aprendizaje social); o como la identificación con la madre después de resolver el conflicto de ambivalencia hacia ella, generado por el deseo de la niña de desplazarla y ocupar el lugar de preferencia junto a su padre.

A la edad de 7-8 años, periodo final de esta etapa la identidad personal y social se ha consolidado y objetivizado notablemente desde el punto de vista del propio niño. Sabe definirse desde su perspectiva y ha iniciado la autodefinición desde la perspectiva ajena. Sabe quién es, qué hace, qué desea y qué piensa; da gran importancia a la opinión de los otros acerca de su persona. La comparación con sus padres y los sentimientos de inferioridad toman entidad en este momento, todo esto es correlativo a la conciencia de una interioridad propia, es decir, se esboza el concepto de intimidad, que alcanzará su pleno desarrollo en la adolescencia.

 

 

DIRECTRICES PARA UNA CORRECTA INTERVENCIÓN EDUCATIVA


 

Dentro de la escuela se producen innumerables situaciones que contribuyen al desarrollo socio-afectivo del individuo; es necesario insistir en que explícitamente se asume esta función, cuyo objetivo ha de ser promover el desarrollo armónico e integral de los alumnos. Para ello, partimos de un marco teórico en el que basamos la interpretación del desarrollo socio-afectivo. Algunos de estos aspectos teóricos son los siguientes:

*      El desarrollo es un proceso integral, no parcelado. El desarrollo socio-afectivo no debe ser entendido como un aspecto separado o diferente del desarrollo cognitivo, sino que ambas facetas evolutivas están profundamente relacionadas, condicionándose y potenciándose mutuamente, de forma que, por ejemplo, un buen estatus sociométrico entre los compañeros facilita la mejor adaptación y éxito del niño en la escuela y, a la inversa, la falta de habilidades sociales o la dificultad para establecer relaciones con iguales puede obstaculizar seriamente el desempeño y la adaptación escolar (por ejemplo, los niños con rechazo social disminuyen su desempeño escolar, así como el fracaso escolar puede tener como consecuencia un descenso de la autoestima y la motivación de logro de los niños). Por tanto, debemos ser conscientes de que a la escuela llega una unidad en desarrollo y como  tal debe ser tratada.

*      El desarrollo es, a la vez, un proceso constructivo y dependiente de la interacción social. No pensamos que el desarrollo social de los niños y niñas sea fruto sólo de las influencias unidireccionales y moldeadoras de su medio. Así el niño no va a asimilar miméticamente los valores sociales de los adultos con los que interactúa, ni va simplemente a imitar sus comportamientos sociales, aún cuando lógicamente ambos procesos se produzcan en alguna medida. Más bien, concebimos al niño como un ser dinámico y que desempeña un papel activo en las interacciones que mantiene con aquellos que le rodean, interacciones que van a construir la base sobre la que se asiente el desarrollo. En este sentido, creemos que ha de hablarse de una bidireccionalidad de efectos, puesto que, aunque los adultos son agentes básicos del proceso de socialización de los niños, también sus comportamientos  o sus ideas sobre el mundo social se van a ver afectados por el comportamiento infantil.

 

*      Multiplicidad de conceptos significativos para el desarrollo social. El desarrollo socio-afectivo no es un proceso que se construya, como ya hemos expuesto anteriormente, sólo en el contexto familiar, sino en todos los “microsistemas” en los que el niño está inmerso, entre ellos el de los amigos y el de la escuela. Para que el desarrollo del niño a través de esta diversidad de contextos sea óptimo, ha de intentarse que no haya graves discontinuidades entre unos y otros, deben destruirse las barreras que impidan la participación de un contexto en otro. Somos conscientes de que cada contexto impone unas relaciones, una dinámica y unas repercusiones sobre el desarrollo diferentes al resto; debemos intentar, no obstante, que el mundo de la familia, el de la escuela y el de los amigos estén conectados, que los padres participen activamente en la escuela, de forma que padres y profesores colaboren en la tarea común de educar al niño, que maestros y padres se ocupen activamente de potenciar las relaciones entre iguales, etc.

*      Visión continuista del desarrollo. Creemos que el desarrollo no concluye en una determinada etapa de la vida, sino que continúa a lo largo de toda ella, aún cuando haya momentos en que este desarrollo se acelere y propicie especialmente. Del mismo modo, creemos que no existen periodos críticos para el desarrollo en general, y el social en particular, por lo que no pensamos que haya circunstancias absolutamente irreversibles ni momentos en los que  deban vivirse necesariamente determinadas experiencias o desarrollarse determinadas conductas quedando comprometido el desarrollo sano si esto no es así. Aún cuando asumimos que toda la infancia es un periodo especialmente sensible a los aprendizajes, sin embargo creemos en una visión continuista del desarrollo y en la capacidad de compensación y reversibilidad de determinadas experiencias. Así de ha demostrado, por ejemplo, con los niños que no han podido establecer relaciones estrechas de vinculación durante los primeros años de vida (por residir en instituciones o por abandono familiar). Si estas circunstancias cambian en años posteriores (por ejemplo, siendo adoptados), los efectos de estas primeras experiencias pueden compensarse y, por tanto, el desarrollo social de los niños puede llegar a normalizarse

 

*      Doble meta en el desarrollo socio-afectivo. Aparentemente, el proceso de socialización se asienta sobre una paradoja. Dos son sus funciones principales: por un lado, la de socialización o integración cuyo fin último es conseguir que el individuo sea un miembro adaptado a las demandas de la sociedad (por ejemplo, que sea hábil a la hora de establecer y mantener relaciones con los otros, que sepa regular su comportamiento de acuerdo con los códigos y estándares de la sociedad, etc.); por otro lado, la función de diferenciación e individualización tiene como meta principal la consecución de un ser individual, el llegar a ser una persona con características propias que nos diferencien de las demás (por ejemplo, llegar a ser conscientes las propias características, necesidades y aspiraciones, del lugar que se ocupa dentro del orden social, etc.). Esta paradoja que acabamos de presentar es sólo aparente, puesto que, aunque en un principio estas dos funciones se nos presentan como antónimas, es evidente que son dos caras de la misma moneda, son dos aspectos diferentes del proceso de socialización que el individuo debe estar dispuesto a conquistar en cualquier momento de su vida. Pues bien, cualquiera de los contextos en los que los niños se desenvuelven –la familia, la escuela, los compañeros- actúan sobre él a este doble nivel; en la escuela, por ejemplo, el niño encuentra el contexto propicio para aprender destrezas sociales con los iguales, para regular su conducta en función de la del resto, debe adaptarse a un conjunto de normas y valores nuevos, etc.; pero también, a través de la experiencia que dentro de ella tiene, el niño va construyendo una determinada imagen de sí mismo, va tomando conciencia de una serie de características personales diferenciadoras que le facilitan el proceso de autoconocimiento del individuo.

*      Necesaria adecuación de la escuela a los requerimientos de la sociedad actual. Qué duda cabe que la escuela ha de adaptarse a las exigencias de la sociedad actual. Estamos empezando un nuevo milenio, en el que las personas tendrán que responder a los nuevos retos que le plantea el medio socio-cultural. La planificación curricular ha de reflexionar en profundidad sobre cuáles son estos nuevos retos y qué posibles respuestas puede ofrecer el marco escolar. Aspectos totalmente novedosos, como son la revolución tecnológica, el desarrollo de las comunicaciones, la aparición de nuevos medios audiovisuales, etc., tendrán que ser recogidos por los nuevos currículos. La adaptación a la vida en sociedad, considerando algunos de los aspectos básicos que ello conlleva –educación vial, educación para el consumo, resolución de conflictos sociales, etc.- aparecen en las distintas áreas y ámbitos de experiencias de los diseños curriculares que proponemos para la Educación Infantil y Primaria. Las pautas que anteriormente hemos presentado –aún muy esquemáticamente- sirven de criterio marco para la elaboración de este documento que pretende la inclusión de los aspectos socio-afectivos en el ámbito curricular y su posterior abordaje en el campo de la práctica. Existen, como  hemos visto, razones suficientemente justificadas, en base a los distintos aspectos que desde el punto de vista psicológico se han destacado, para la integración explícita y sistemática de la Educación para la Vida Social en el currículo escolar de la Educación Infantil y Primaria.

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario