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viernes, 1 de marzo de 2013

El niño y la historia


La noción de duración histórica se desarrolla pausadamente. El niño puede conocer muchas fechas y, sin embargo, no ser capaz de integrarlas en un sistema común y continuo, del mismo modo que puede conocer lugares distintos y ser incapaz de desplazarse por sí mismo de a otro. En ambos casos – en el espacio y en el temporal- ha de construir un mapa que incluya los diversos puntos conocidos (lugares o fechas), pero también la forma y el camino más corto para ir de uno otro. Esta analogía espacio/tiempo se rompe no obstante, el considerar un elemento fundaméntela del tiempo no presente con la misma importancia en el espacio: se trata del carácter ordinal del tiempo: los acontecimientos tienen un orden, unos sucedieron antes que otros.
En términos generales las nociones de orden temporal histórico se desarrollan antes que las de duración. Aunque al adolescente la resulta costoso calcular el tiempo exacto transcurrido entre 1472 y 1789, no tiene problema alguno para reconocer que 1492 es anterior a 1789.
De hecho, sobre los 9 o 10 años se resuelven perfectamente este tipo de problemas cuando son pocas las fechas que hay que comprar. Sin son más de cuatro o cinco, la solución plenamente correcta puede retrasarse hasta los 11 o 12 años. Otro problema distinto se plantea cuando lo que hay que ordenar no son fechas sino hechos más o menos conocidos. En este caso, se requerirá del alumno un conjunto de conocimientos específicos (si el alumno no conoce el hecho, difícilmente podrá situarlo en el tiempo), pero también una estructuración temporal de las civilización.
Hay muchas habilidades y conceptos en la escuela que erróneamente se dan por sabidos, creyéndoles más fáciles de lo que en realidad son.

POZO. Ignacio, “El niño y la historia” en Recursos didácticos
Para la enseñanza de la historia en la educación,
Curso Estatal de Actualización, Morelia: 2002


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